Verde que te quiero verde. Es el color del semáforo británico que todos queremos ver, pues ya sabemos que, en Canarias, si el Reino Unido se resfría, cogemos una pulmonía de aúpa.

Como quiera que el mundo entero ha sufrido la pulmonía llamada Covid, ahora que nos vamos recuperando, todos los ojos vuelven a mirar al Reino Unido, que, con sus altos índices de vacunación, nos insufló un optimismo que habíamos perdido.

Un optimismo que ha ido montado en una montaña rusa casi desde el primer día de esta espantosa pesadilla. Con efímeros semáforos verdes, con restricciones, cuarentenas, prohibiciones, comunicados erráticos de las autoridades, contradicciones entre los ministerios británicos, finalizando con una estrategia turística descaradamente nacionalista del gobierno de Boris Johnson (las staycations).

Y para colmo, llegó la variante india y mandó parar; si es que no ganamos para sustos.

Tantos sustos llevamos en el cuerpo, que el demonio del Brexit nos parece, a estas alturas, un pequeño problemilla a sortear del que casi ni nos acordamos.

El semáforo Covid británico, con tantas y erráticas decisiones ya no infunde ninguna confianza en el consumidor de ese país, que en buena medida, ha tirado la toalla de viajar este verano, postergando sus merecidas vacaciones al próximo año.

Indudablemente, si se logra excepcionar al archipiélago canario de la prohibición de viajar, se adelantará nuestra recuperación de manera inmediata, porque las ganas contenidas de viajar son inmensas, y, la fidelidad de los británicos para con Canarias (incluso en verano) parece inquebrantable.
 


Lo cierto es que en esa estrategia de lograr el semáforo verde en los viajes a Canarias, se ha echado en falta una actuación más contundente de la industria turística británica (absolutamente noqueada por la situación), así como de la diplomacia española y europea, en bloque, para con el gobierno de Johnson.

Y así está Canarias, dándose codazos en un mercado turístico que ha sufrido mucho, con muchos y buenos competidores en todo el mundo preparándose para dar su mejor cara (y precios). Nos enfrentamos a un verano seguramente mediocre, indudablemente mejor que el del 20, lo cual no es difícil, con aperturas graduales de nuestros hoteles, acompasadas con el rabillo del ojo con lo que vayan decidiendo los británicos.

Seguramente no habrá gente para tanta cama, mientras que las rentabilidades serán más bien escasas, dado que la ecuación menos ocupación, menos clientes y precios más ajustados, difícilmente se puede resolver con recortar costes (y esperemos que no afecte a la calidad).

Y sí, evidentemente, el invierno, nuestro reinado, nos tiene que otorgar ese efecto champagne del que tanto se habla. Toca trabajar para que ese efecto sea más o menos permanente, no se vaya a desvanecer como azucarillo y volvamos a épocas pasadas en que en verano pintábamos más bien poco, para brillar únicamente en invierno, donde somos casi imprescindibles.

Yo creo que el sector turístico canario va a estar a la altura de las circunstancias y sabrá aprovechar las oportunidades que se nos presenten, así que mantengamos el optimismo alto, sin bajar la guardia de la calidad y el servicio, que tanto nos costó consolidar.

 

*Artículo publicado en Cajasietecontunegocio.comAlberto Bernabé, asesor turístico y Senior Advisor en PwC España.