El turismo rural se suele asociar a un perfil de visitante interesado en el estilo de vida del campo, marcado por la presencia de animales, la naturaleza o el cultivo de la tierra. Sin embargo, no todos los turistas que acuden a pequeñas localidades acaban satisfechos con la verdadera vida rural. Uno de los casos más recientes ha ocurrido en el pueblo cántabro de Comillas, donde la Policía Local ha llegado a recibir inclusos quejas telefónicas de viajeros. 

"Queremos recordar a los visitantes que vienen a disfrutar de nuestro pueblo que hay ciertas actividades que realizan ganaderos, agricultores y pescadores que forman parte también del encanto de esta tierra [...] así que no pierdan el tiempo llamando a la Policía quejándose de ruidos u olores derivados de estas actividades porque no vamos a hacer nada en absoluto, al contrario, nuestro apoyo total", afirmaba el cuerpo policial de Comillas en su cuenta de Facebook. Este comunicado sorprende, especialmente, en una localidad que decidió en 2019 “prohibir los cencerros de las vacas” en el barrio Estrada, una zona donde abundan las viviendas turísticas y las segundas residencias. 

Sin embargo, fuera de Comillas se han dado multitud de prohibiciones a las actividades agrarias y ganaderas por el descontento de los visitantes. Recoge El Diario.es varios ejemplos, como el de Bareyo (Cantabria), que en 2014 implantó la obligación a los ganaderos de no verter estiércol en sus fincas entre el 1 de julio y el 31 de agosto, afirmando únicamente que iba a afectar al periodo veraniego, o el del también cántabro Soba, que en 2018 prohibió que el ganado pudiera estar suelto por el monte. 

En 2019, se hizo viral la noticia del cierre de un gallinero tras las quejas de los turistas de un hotel situado en Cangas de Onís (Asturias), argumentando que no podían dormir. Finalmente, se dio a conocer que el gallinero tuvo que cesar su actividad porque el recinto carecía de la “preceptiva licencia de apertura o de actividad”, para la cría de animales.