Aunque ningún medio de comunicación ha mencionado el yihadismo ni el atentado terrorista, el pasado domingo en la ciudad norteña de Larache (Marruecos), Omar Yibari, vendedor ambulante de 36 años, rompió el cristal del restaurante Al Juzama, frecuentado por turistas, y lanzó una bombona de butano que no explotó.

Desde el año 2011, cuando murieron 17 personas en un atentado con bomba en un café de la plaza Yemaa el Fnaa, Marruecos no ha registrado ningún otro incidente de estas características. Las autoridades tratan de preservar tanto la seguridad de los ciudadanos, como la imagen de un sector turístico que aporta a la economía alrededor del 12% del PIB.

Sin embargo, respecto al suceso del domingo, la agencia EFE recabó varios testimonios en Larache que cuentan que el vendedor no era ningún desequilibrado mental y había sufrido un proceso de radicalización. Esto que algunos medios como ‘El País’ catalogan de “no atentado” terrorista, no ha sido un hecho puntual. El pasado 25 de julio, un hombre armado con un cuchillo se lanzó hacia los policías españoles de la frontera con Melilla gritándoles “Alá es grande”.

Otros acontecimientos similares y relacionados con turistas, han hecho pensar a muchos que tal vez Marruecos no sea un lugar tan seguro como lo pintan. El 4 de octubre de 2016 un supuesto “desequilibrado mental” atacó con dos puñales a una turista holandesa y a sus dos hijos cerca de la mezquita de Casablanca. En septiembre de 2015, un francés de origen marroquí apuñaló a un turista suizo al grito de “Alá es grande”. Por suerte, no ha habido ninguna víctima mortal que lamentar desde el año 2011.