Todo comenzó con la rápida y poco meditada idea de irme de Au Pair a Inglaterra. Sabía que quería marcharme a otro país, poder viajar y conocer mundo, costumbres, cultura y su gente. Encontré una familia genial con la que hospedarme en Mirfield, un pequeño pueblo en el centro de Inglaterra.
Mis expectativas eran bajas, puesto que ya había visitado Londres y me enamoré de su cultura y de lo que sentí allí, pero tenía miedo de que al ser un lugar tan pequeño fuera totalmente diferente. Para mi sorpresa, fue todo lo contrario de lo que pensaba: ese ambiente británico me cautivó aún más. Recuerdo bajar de la estación, perdida, ya que mi inglés no era demasiado bueno y me había equivocado de parada, pero apareció en mi ayuda un hombre muy amable que me indicó el camino correcto.
De nuevo sobre raíles, que me llevaban a mi destino correcto, conocí a una española que se encontraba en mi misma situación y con la que por suerte aun mantengo el contacto cuatro años después. Por fin pude ver el nuevo barrio que me esperaba y no podía gustarme más. Las casas parecían de cuento, todas las personas que conocí eran geniales, el lugar y el ambiente transmitían paz y todo estaba repleto de naturaleza, era de ensueño.
Pasaban los días e iba conociendo personas de diferentes nacionalidades como mi amiga Anna, una finlandesa muy sonriente. Decidimos hacer un viaje a Stonehenge porque nos gustaba viajar, conocer mundo y por supuesto el arte y la historia. Nos pusimos rumbo a ello, solo tenía que conducir durante dos horas un coche que no era mío, además de hacerlo por la izquierda (sentido contrario a mi habitual) y con un GPS en inglés, ¿qué podía salir mal?
Como era de esperar, fue uno de los mejores viajes de mi vida. Cuando llegamos a la ciudad, nos dirigimos a la parada del bus donde nos recogían para ir al yacimiento y, tras una hora de trayecto, por fin llegamos. La espera mereció la pena, pues por muy bonito que te pareciera en fotos, era indescriptible en persona. Una sensación de felicidad, paz y bienestar me inundó al llegar al lugar. Es imposible describir todo lo que allí sentí y viví.
Creo que irme a visitar aquel monumento además de irme a Inglaterra a vivir durante tres meses y no parar de viajar fue de las mejores decisiones que he tomado nunca. Allí conseguí dejar atrás prejuicios, me conocí a mí misma por viajar sola además de fortalecerme y crecer como persona. Aprendí a superar retos nuevos, vencí la barrera del inglés, cociné y, por supuesto, probé platos típicos muy ricos y disfruté muchísimo. Encontré personas que me aportaron mucho, conocí otras costumbres diferentes a las mías y muchas de ellas las he adoptado y abrí mucho más la mente. Pero sobre todo, lo que más me alegra de todos aquellos viajes, es la inmensa felicidad que sentí en todo momento, e incluso la que siento ahora al recordarlo.