Las visitas guiadas a los cementerios se ha convertido en una atracción turística más. A la sombra de pinos y cipreses, los visitantes se colocan los auriculares y recorren el Cementerio Británico en Carabanchel, Madrid.

Los artistas escénicos, Itsaso Iribarren y Germán de la Riva, son los encargados de enseñar, cada domingo, hasta el próximo 26 de noviembre, el camposanto que fue planeado en 1796 y en el que descansa el fundador del circo Price, William Parish.

En su tumba reposan también los restos de su mujer Matilde de Fassi y uno de sus hijos. Otros de los extranjeros ilustres enterrados allí son Loewe, fundador de la casa de moda y Lhardy, creador del mítico restaurante, en 1839; primer local de la capital que dejó entrar a las mujeres sin un hombre del brazo.

Los dos artistas desvelan todos estos detalles a los visitantes de manera dramatizada, en pases de 11:00 y 12:30. Se aceptan niños a partir de ocho años y un máximo de 25 personas en cada sesión. La entrada cuesta 5 euros.

Carta a carta, los actores cuentan la historia de Parish y de este cementerio madrileño, en cuya primera lápida se talló la espada Excalibur y donde se enterraba a todos aquellos que no profesaban la religión católica. A través de los auriculares, los asistentes escuchan esta narración epistolar, así como pequeñas piezas de danza y malabarismo.

“Queríamos que fuera íntimo, ser parte de sus cartas, de su historia”, dice en voz baja Itsaso, que toma té junto a la entrada. “Queridos William y Matilde, ¿quién os iba a decir que vuestro circo sería hoy toda una institución pública?”, lee Germán, y continúa el paseo entre las lápidas, unas veces bailando; otras, andando despacio.

El Price fue el primer circo permanente que se instaló en Madrid. William abría las puertas de la carpa a niños pobres y, en algunas de las actuaciones, los artistas mostraban contorsiones y movimientos que en aquella época escandalizaban a algunos. “No es lícito exhibirlos en un circo, a donde se va a presenciar ejercicios de fuerza, de destreza o payasadas inofensivas”, se le llegaron a quejar alguna vez por carta.