Cuando las guerras terminan, ha cambiado el paisaje, tanto el físico como el social. Las sociedades se han transformado y han integrado las novedades recién surgidas.

La historia del mundo que conocemos es, en gran medida, la que nos han contado los historiadores de la guerra. La primera gran obra de la literatura, “La Ilíada”, narra los últimos meses de la guerra de Troya. Cuatro siglos más tarde, Jenofonte cuenta en “La Anábasis” el retorno a casa de los 10.000 mercenarios griegos al servicio del persa Ciro, y otros 400 años más tarde César, con prosa precisa, en “Los comentarios sobre la guerra de las Galias”, sus 8 años de conquista.
 

La Anábasis - La expedición de los Diez Mil - Jenofonte

La Anábasis - La expedición de los Diez Mil - Jenofonte

Esas 3 obras son la cumbre de la literatura de la antigüedad. Por supuesto, luego vienen Shakespeare, Cervantes, Stendhal, Tolstói, Hemingway y tantos otros para los que la guerra está en el centro de alguna de sus narraciones.

Las guerras han sido motores de innovación en la medicina y en la industria. Algunos descubrimientos transformadores —como la energía nuclear— tienen origen bélico. Pero sus efectos más duraderos han sido los sociales. Los actuales estados que componen el mapa mundial son el resultado de las guerras. Y naturalmente el turismo, como lo entendemos hoy día.

Las guerras del siglo XX, que causaron millones y millones de muertes y exigían la presencia en el frente de cada vez más hombres, obligaron a la incorporación de la mujer al trabajo. La mayor parte de ellas recibieron un salario por primera vez en su vida. Con la libertad económica obtuvieron la independencia social, con dinero y sin varones que intentaran controlarlas. La revolución sexual de los 60 es una consecuencia. Las mujeres empiezan a viajar solas masivamente, por primera vez en la historia, superando en número a los hombres y sentando las bases del turismo de masas.
 

Las mujeres empiezan a viajar solas masivamente

Las mujeres empiezan a viajar solas masivamente

Con los excedentes militares, al final de la guerra, cientos de aviones usados para transporte de tropas o lanzamiento de paracaidistas —como los DC3— fueron transformados para el transporte de turistas del norte al sur de Europa, que antes venían en autobús, y barco en el caso de Baleares. Los aviones comerciales pudieron ponerse en marcha inmediatamente por el exceso de pilotos militares que buscaban trabajo en el mundo civil y por la modernización de los sistemas de comunicación aérea. A partir de los 50, otro invento bélico, el avión a reacción, se construye con fines civiles y permite la transformación y el crecimiento del turismo trasatlántico, accesible por primera vez a las clases medias americanas.

Para alojarse se utilizaron al principio tiendas de campaña, de idéntico origen, sólidas, amplias y resistentes, hasta que el desarrollo económico permitió a los incipientes touroperadores financiar la construcción, en el Mediterráneo español, de hoteles para turistas a cambio de cupos de habitaciones.

Los Jeeps sobrantes se empiezan a usar civilmente para una mayor facilidad de movimiento en el turismo de aventura. El omnipresente automóvil 4x4 tiene aquí su origen.
 

Jeep 4x4

Jeep 4x4

Los jóvenes americanos que vinieron a combatir a Europa quisieron luego volver a los lugares emblemáticos donde habían luchado, pero no habían podido disfrutar. Cientos de miles, al principio, se quedaron destinados aquí, principalmente en Alemania, y muchos empezaron a escaparse durante vacaciones cortas a lugares de España y especialmente a Mallorca, costumbre que se mantuvo a lo largo de los años y que fue más intensa durante los años de la guerra de Vietnam, en los que Alemania se convirtió en la parada intermedia, en el lugar de reposo y en la base desde la que seguían viniendo a España para pasar unos días.

La invasión de Ucrania por el corrupto e incompetente ejército ruso ha provocado una aceleración del proceso de unificación de Europa, una toma de conciencia de la necesidad de mejorar su defensa y una oleada de solidaridad con el pueblo mártir. Esta solidaridad ha adoptado las formas más imaginativas, algunas de ellas bien conocidas, pero que, en general, no suponen ninguna innovación. Otras, sin embargo, se han montado a caballo de las innovaciones tecnológicas que están transformando el turismo en la actualidad.



 

No había transcurrido ni una semana de guerra cuando, de forma espontánea, la comunidad de usuarios de Airbnb empezó a usar la plataforma de una manera novedosa al transformar la tecnología de reserva de alojamiento en un sistema de ayuda persona a persona, al reservar, pero no usar, los alojamientos, convirtiendo la reserva en una donación. Al tiempo, miles de propietarios en América, Europa y Australia se inscribieron en Airbnb.org para acoger en sus alojamientos a refugiados.

Ninguna organización estatal ha sido capaz de responder con semejante velocidad. Como explica Thomas Friedman en The New York Times, los propietarios ucranianos empezaron a escribir a los donantes, estableciendo amistades y dando su versión de lo que está ocurriendo.

Claro que puede que muchos receptores de la donación sean empresas gestoras o propietarias de numerosos alojamientos, pero hay que confiar en que el dinero llegue al destinatario adecuado.

Frente a un mundo de retroceso hacia el nacionalismo egoísta, existen reacciones que favorecen la maltrecha globalización —como la de la comunidad de Airbnb— y de nuevo el turismo y sus instituciones demuestran que son la industria global de la paz.

 

*Ignacio Vasallo es director de Relaciones Internacionales de la Federación de Periodistas y Escritores de Turismo (FEPET).