Durante muchos años, las empresas han tirado del quiero “bueno, bonito y barato”, anteponiendo la mediocridad a los profesionales. Han hecho de los salarios a ejecutivos y mandos intermedios un vaivén, una montaña rusa sin control y calibrando arriba o abajo sus prestaciones según las necesidades de la propia empresa contratante. 

Por supuesto, no todo tiene que ver con el salario, pero no cabe duda de que define muy certeramente la concepción de lo que ellos (los ejecutivos de los ejecutivos) tanto aclaman como propaganda de lo que es el talento, ese que tanto buscan y a ese que tanto quieren retener y no pueden, ya que, de otra forma, no estarían constantemente buscándolo. 

El talento es parte de la marca personal de un individuo; si quieres ese perfil de marca y que marque la diferencia, tienes que pagarlo y, si no, vete a China y compra marca a menos de la mitad de precio, a ver lo que te dura. 

Hay empresas que buscan talento para dañarlo o simplemente hablan de talento como si estuviesen acostumbrados a gestionarlo. Y no se equivocan, están acostumbrados, pero a gestionarlo en deterioro del propio objetivo común.

Búsqueda de talento

Búsqueda de talento

Me sorprende cómo, en las últimas semanas, esos mismos que se han cargado el sistema, o más bien no han sabido encauzar cada una de las etapas con visión de futuro, ahora, se permitan el lujo de dar lecciones de cómo arreglar o cómo deberían ser las cosas, incluso con pautas de actuación que quedan divinas en la teoría, pero que ni practican ni se las creen, porque su política interna es totalmente contraria a lo que predican en una entrevista pública. 

Si no respetas al volumen de tus empleados, el talento no tiene cabida en tu organización, así que deja de vender humo que ya nos conocemos todos. 

Tapaderas, pantalla, propaganda… Dicen lo que les marca el guion, pero nadie tiene la fórmula; dicen lo que queda bien porque es lo que dicen todos; dicen lo que los demás quieren oír, pero no lo sienten y, mucho menos, lo practican. 

Son los ejecutivos de los ejecutivos del momento, los que actúan por inercia, los que no escuchan, los que imponen sin análisis, los que no se plantean el cambio porque aquí siempre se ha hecho igual, los que dicen que hay que escuchar al empleado y nunca se han sentado a hablar con ninguno de línea. Los que hablan de segundas oportunidades al senior, pero descartan su CV desde que ven en la tercera cifra anual de nacimiento un 6 o un 7. 

El que más habla de ética es el que pide un CV con foto y el que no acepta tatuajes a la vista; el que más habla de trabajo en equipo es el que toma decisiones en solitario y sin ningún tipo de empatía, pero queda bien de cara a la galería hablar de lo que todo el mundo defiende. 
 

Hipocresía ejecutiva

Hipocresía ejecutiva

Con el personal de línea pasa un poco lo mismo: han contratado a mecánicos para meter en una cocina o a dependientes para servir en una sala, porque los verdaderos profesionales no aceptaban los sueldos que proponían. Se han gastado recursos en formación durante décadas para formar a los que ahora se están marchando y ya no van a volver y fueron incapaces de retener o de ilusionar, sino más bien de maltratar. 

El empleado de hoy ya no tiene miedo y, después de la pandemia, se ha dado cuenta de que es capaz de sobrevivir sin el jefe que le hablaba mal, el que lo humillaba o el que no le dejaba descansar ni en su día libre. Ya no tienen miedo a perder su trabajo, no tienen miedo a reclamar sus derechos, no tienen miedo a dar un cambio radical en sus vidas porque ya la pandemia les ha demostrado que también pueden vivir sin trabajar en ese estrés y sometimiento constante
 

El empleado de hoy ya no tiene miedo

El empleado de hoy ya no tiene miedo

Han vuelto y vuelven con las ideas claras y con el poder de decisión que les otorga su estatus de empleado, ese que siempre pudo opinar y no le escuchaban, ese que siempre pudo decidir y no le dejaban, ese que siempre pudo escoger y ahora lo hace sin titubear y que está dejando pasmados a las empresas que se creían invencibles con sus gestiones arcaicas de imposición por artículo 33, culturas de empresa de papel y filosofías astrales e irrisorias. Cuántos recursos malgastados, cuánto dinero tirado a la basura.  

La pregunta no es: ¿Qué está pasando? 

La pregunta de cualquier empresa con sentido común y responsable, debería ser: ¿Por qué, con lo que hemos invertido en el transcurso de los años en RRHH, en formación y capacitación en general y lo que cuesta mantener ese departamento cada mes, estamos en esta situación? ¿Qué hemos hecho mal? 

No hay que ser Nostradamus ni un cerebrito ni siquiera trabajar en el área de la psicología o RRHH para entender la situación actual y lo que viene. 

 

 

El miedo a perder el trabajo tenía sometidos a millones de empleados en el mundo, bajo un sistema laboral poco ético. Y cuando pierdes tu trabajo por obligación, como ha sido el caso de la pandemia, y te das cuenta de que has podido sobrevivir, también te das cuenta de que no estás dispuesto a volver bajo los mismos parámetros a los que has estado sometido durante años. No hay más.  

Antes era: o entras por el aro o no trabajas aquí.  

Ahora es: o entras por el aro o nos vamos.  

Cambiaron las tornas, cambiaron los mensajes, cambiaron las percepciones. 

Quizás esté llegando el momento de ser consciente del valor incalculable que representa el factor humano en las empresas, por encima de las filosofías ejecutivas o la propia marca. Sin factor humano, sano, realmente feliz y con objetivos claros de crecimiento mutuo, la empresa, en este nuevo paradigma laboral, muere. 

 

*Víctor Rocha Cocinero/Articulista/Conferenciante/Defensor De Lo Correcto/Apasionado del sector Servicio y el Turismo. Autor del libro “el Humo que todo lo quema” (Gastronomía y turismo