De los apenas 8,6 millones de pasajeros que pasaban por el aeropuerto de Alicante en 2004 a los más de 18,4 millones registrados en 2024. Del turismo residencial al turismo global, digital y desintermediado. De aquel Benidorm de Pedro Zaragoza y con paquetes cerrados al Airbnb con vistas al cabo de las Huertas. ¿Cómo ha ocurrido todo esto? ¿Y, sobre todo, tan rápido?

La historia podría explicarse como un éxito de planificación turística, de marca de destino, de adaptación inteligente e innovadora. Y algo de eso hay. Ante todo, la provincia de Alicante ha sabido explotar su posición geográfica, su buen clima y su hospitalidad. Sería ingenuo pensar que todo fue una cuestión de mérito propio. Ya, que lo que pasó en Alicante también pasó —con vaivenes— en Málaga, en Palma o en Faro. No fue tanto que supimos mover ficha, sino que la partida global cambió por completo. Movimientos humanos difíciles de gobernar, de rastrear y fiscalizar, si no se cuenta con herramientas y planificación a medio-largo plazo.

Todo se aceleró al levantar las restricciones del mercado aéreo europeo con la Directiva Bolkestein como telón de fondo. Aquí la importancia de legislar, que le pregunten a Montoro y al PP lo que es teledirigir leyes. A finales de los noventa, Bruselas quitó los corsés y Ryanair rompió moldes. O’Leary, pasó de contable a CEO, y sacó la compañía a bolsa, compró aviones por docenas y empezó a vender billetes a cinco euros desde una web que apenas funcionaba. El turismo se desintermedió, se digitalizó y los destinos perdieron identidad a cambio de volumen aéreo, todo al mismo tiempo. Una revolución que impulsó el aeropuerto Alicante-Elche Miguel Hernández y germinó un turismo de masas que hoy es día se ha vuelto incontrolable para gobiernos sin nociones en sostenibilidad e innovación.

Un crecimiento de pasajeros en el aeropuerto del 115% en dos décadas. Mi experiencia me dice que pocas veces se aplicaron los documentos de planificación en los destinos, y otras menos se escuchó a la Universidad de Alicante, por cierto, referente en turismo en España. Los aplausos y discursos ante las cifras récord y la sensación de “nos ha tocado el Euromillón turístico” eran tan habituales como cortoplacistas. Y, claro, cuando te toca el premio, no te preguntas demasiado si viene con cláusulas en la letra pequeña.

Lo curioso es que el premio fue bastante repartido. No solo crecieron Benidorm, Calp o Elche. También Santa Pola, Torrevieja o Altea, esta última siendo uno de los destinos que más excursionistas recibe de toda España según los datos móviles. Y nos equivocamos cuando nuestra única preocupación era la ocupación hotelera, sin haber leído en algún momento la teoría de Porter. Este maremágnum empujó a las ciudades a una redefinición completa del espacio urbano. Más apartamentos, más servicios turísticos, más presión sobre la ciudad y los trabajadores. En un lenguaje castizo, más demanda de camareros, menos vivienda, y más precariedad. Un sector que se ha especializado en contratos cortos y salarios bajos, mientras el coste de la vida sube en las zonas turísticas. Complicaciones para el que vive todo el año en la ciudad, sumado a que muchos alcaldes no han sabido —o no han podido— planificar el ruido de la maleta con los ciudadanos que trabajan y están obligados a convivir con el turista.

Nada se frenó, el fenómeno Ryanair tuvo su eco directo en Airbnb. Si los vuelos low cost eran la entrada, las plataformas digitales eran el alojamiento disfrazado de economía colaborativa con el objetivo de no pagar impuestos en el país. En 2023, Airbnb con sede en Irlanda pagó solo 1,56 millones de euros en concepto de impuesto de sociedades en España, una cantidad irrisoria si se compara con el volumen de negocio generado. Uranio enriquecido para quienes desmontaron la intermediación, lo que se tradujo a un turismo de estancias cortas, impulsivo en la compra y que cabía en varias apps de los móviles. Y los destinos, en su gran mayoría, reaccionaron como un niño en la cabalgata de Reyes: manos abiertas, mirada brillante y creyendo que todo lo que pasaba era perfecto.

En ese mismo periodo, los alquileres en municipios como El Campello, Xàbia o el propio centro de Alicante capital subieron más de un 40%. ¿Causalidad o casualidad? Es difícil establecer líneas rectas en un mapa lleno de curvas, pero la correlación está ahí: más aviones, más turistas, menos vivienda disponible para quienes trabajan allí todo el año.

Alicante, con sus más de 40.000 viviendas turísticas, no puede gobernarse con hojas de cálculo del siglo XX. Sin sistemas sólidos de Inteligencia Turística, inspección eficaz y decisiones basadas en datos, las ciudades siempre irán por detrás de las plataformas. Ahora los fracasos en la planificación y la falta de ideas se plasman con moratorias cuando la solución vuelve a estar en los Planes Generales de Urbanismo y la aplicación de instrumentos como el PORT (Plan de Ordenación de Recursos Turísticos) y el PIAT (Plan de Intervención en Ámbitos Turísticos) incluidos en la Ley de Ocio, Turismo y Hospitalidad de 2018. Aplicar una Ley de vivienda de España que en estos momentos Mazón no la aplica en la C. Valenciana; crear un Sistema de Inteligencia Turística para poder inspeccionar, ya que actualmente en el Plan de Inspección solo se contempla un 3% de las viviendas de la provincia, demostrando con esos datos que la Conselleria trabaja con herramientas del siglo pasado. Siendo conscientes que sin la Inteligencia Artificial el gobierno de Mazón es el Quijote contra los molinos.

Lo que empezó como una oportunidad se está convirtiendo en un dilema. ¿Cuánto más podemos crecer? ¿Cómo gestionamos lo que ya hemos generado? ¿Y cómo evitamos que, detrás de los titulares de récords turísticos, haya ciudades agotadas, vecinos que se van y territorios que pierden el alma? Sin un tiempo corto no ponemos las luces largas, una película bonita puede pasar a ser de miedo y titulada “Turismofobia”. El final de la película, como casi siempre, sigue en el aire. Literalmente.

 

*Este artículo fue publicado inicialmente en el periódico INFORMACIÓN de Alicante. Mario Villar García es diputado en las Corts Valencianes. Portavoz de Turismo y Nuevas Tecnologías