La situación es increíble. El estado que, desde que en 1.967 acogió a Disney y que se ha beneficiado enormemente de la popularidad de la principal empresa de entretenimiento del mundo, se ha lanzado a través de su gobernador Ron de Santis a la yugular del ratón. Ya ha firmado normas para quitarle el estatus fiscal especial que le permite gobernar, sin interferencias estatales, toda el área alrededor de los parques de Walt Disney World en la zona de Orlando, mientras que algunos legisladores republicanos se han marcado como objetivo limitar los derechos de copyright de Mickey Mouse. Los más antiguos caducan en 2 años.

Disney compró en los años 60 enormes extensiones de terreno pantanoso e infectado de mosquitos, en el centro de Florida, terreno que procedió a limpiar usando grandes cantidades de DDT, algo que hoy no podría hacer. Cuatro años después abría el primer parque, un Magic Kingdom calcado al original de Anaheim en California. Después construyeron otros cuatro, además de hoteles, campos de golf, tiendas y restaurantes. El objetivo se ha cumplido y Walt Disney World es el mayor conjunto de parques de todo el mundo y el que más visitantes recibe.

El origen de los ataques hay que buscarlo en la titubeante política de los directivos de Disney frente a la ley que se debatía en el Parlamento local sobre: "Parental rights in education”, a la que sus opositores pusieron el mote de "don´t say gay": "no digas gay", que ya ha sido aprobada. La ley prohíbe cualquier conversación sobre identidad sexual o identidad de género en las clases con niños de hasta 9 años. Los medios conservadores dicen, falsamente, que lo que prohíbe la ley es aleccionar a los niños.

Bob Chapek, Presidente de Disney, optó primero por no oponerse a la norma como sí hicieron Apple y Amazon, entre otros. El argumento es que no podían tomar partido en la "guerra cultural" que está teniendo lugar en Estados Unidos. Esperaba que los 38 lobistas que tienen a sueldo en Florida consiguieran suavizar la ley o incluso o impedir que fuera aprobada. Suponía que las donaciones a los representantes republicanos e incluso al mismo De Santis, surtieran los mismos efectos de siempre. No fue así, pero consiguió enfadar a la izquierda. 

Ante las protestas de los empleados LGTB, numerosos en la empresa, decidió cambiar de rumbo y se opuso a la ley, al tiempo que suspendía provisionalmente las donaciones políticas en Florida a ambos partidos, con lo que también se puso enfrente a la derecha.

Estaba en peligro su puesto de trabajo que el Consejo de Administración de la empresa tenía que renovar o suspender. Al final fue renovado por 3 años, tras cesar al director de relaciones institucionales que le había asesorado.
 

Castillo de Disneyland París. Foto: Pixabay

Castillo de Disneyland París. Foto: Pixabay
 

De Santis, que se presenta a la reelección este mismo año y quiere ser candidato a la presidencia, identificó la oportunidad.  Acusó a Disney de “woke”—dar prioridad a las políticas feministas y LGTB—. En poco tiempo ha levantado 50 millones de dólares para su campaña. Los comentaristas conservadores siguieron por ese camino con graves acusaciones como que Disney se comporta como los “agresores sexuales” o de empujar la agenda sexual de niños pequeños.

Chapek creó un grupo de trabajo para analizar los contenidos culturales en todas sus filiales y se está entrevistando con representantes de los empleados LGTB.

Los analistas destacan las dificultades de Disney para continuar con su política ambivalente sobre este asunto.

Desde su fundación es una empresa reconocida y querida por las familias tradicionales que, a lo largo de los años, ha ayudado a diseñar la cultura popular de gran parte del mundo. Aunque, en los últimos 30 años también es un destino favorito de los gays, muchos de los cuales organizan su vida en torno a viajes a los parques, donde se sienten libres.
 


 

En el parque de Anaheim patrocina algunos eventos LGTB, en París celebra el orgullo en Disney Studios fuera de las horas de apertura. También, en Orlando, cada verano, con el parque cerrado, tiene lugar un conjunto de fiestas que atraen a miles de personas LGTB.

Esta política empezó al año siguiente de que Michael Eisner se hiciera cargo de la compañía en 1.983 en un contexto de crisis. Necesitaba mejorar los resultados y la comunidad gay ofrecía unos ingresos recurrentes de un grupo que gasta y repite más que la media. Además, generaba buena voluntad entre los empleados de esa tendencia. Las familias tradicionales no parecían darse por enteradas. El asunto salió a la luz pública cuando Eisner en 1.995 extendió los derechos de seguros de salud a las parejas del mismo sexo, lo que le valió la condena de la mayor denominación protestante del país, los “southern baptipts”. 

Es difícil que esa política de envolverse en la bandera arco iris o quitársela según las circunstancias pueda durar. Es inevitable que el asunto salga de nuevo a la luz con motivo de las elecciones de medio mandato en noviembre como parte de la “guerra cultural", en contra de los deseos de Disney.

Es cierto que se enfrenta a la mayor crisis reputacional de su historia, pero ellos creen que tendrá pocas consecuencias económicas. Ya ha recuperado la mitad de lo perdido en bolsa—no solo por este motivo— y ha superado a Netflix en número de suscriptores.

Por supuesto, cuando De Santis se jubile o le jubilen, Disney seguirá allí, pero eso al gobernador le da lo mismo. 

 

*Ignacio Vasallo es director de Relaciones Internacionales de la Federación de Periodistas y Escritores de Turismo (FEPET).