Era la mañana del 23 de marzo de 1960 y Thomas Kendall y su familia amanecían en las confortables camas de su hidroavión, que había aterrizado la noche antes en el Golfo de Aqaba, Arabia Saudí, después de haber visitado Egipto y otros países de Oriente Medio. La familia se despertó sobre las 6 de la mañana y los niños advirtieron que, antes del amanecer, habían visto a varios hombres merodeando por las zonas cercanas al avión. Señalaron que vestían como soldados y uno parecía portar una ametralladora. Tras observar durante un rato, los militares se marcharon sin acercarse, por lo que la familia no les dio importancia.

Así comienza el último día de la travesía de la familia Kendall a bordo de su avión privado. Thomas Kendall era un empresario californiano de 44 años retirado, que había construido su fortuna desarrollando equipamientos de aire acondicionado. Cuando se retiró, decidió aventurarse con su familia en una travesía que los llevaría a recorrer todo el mundo. El grupo de viaje estaba compuesto por Thomas, su esposa –Miriam–, sus hijos –Bob, Susan, Paul y Kathy–, su secretaria –Ramona Shearer– y el hijo de esta –Stephen–. Además, el fotógrafo David Lees se unió al grupo durante el viaje para documentar parte de la aventura para la revista Life. Todos se embarcaron en un hidroavión PBY-5A Catalina, perteneciente a la Marina de los Estados Unidos durante la década de 1930, que posteriormente fue comprado por Thomas y convertido en una aeronave de lujo para la época. Este avión se encuentra ahora embarrancado en una playa frente al Estrecho de Tirán, a la entrada del Golfo de Aqaba (Arabia Saudí), y la historia que hay detrás de él es extraordinaria a la vez que espeluznante.
 

Hidroavión flotando en la orilla

Thomas Kendall, hidroavión PBY-5A Catalina - 1960 Photographer: David Lees /LIFE

Tras una mañana de playa y un almuerzo tardío, Thomas Kendall se encontraba inspeccionando el motor izquierdo del avión, mientras algunos de los niños jugaban en el agua y el resto del grupo descansaba a bordo. Eran exactamente las 16:32 horas cuando Kendall escuchó unos distantes sonidos que parecían ser petardos y, de repente, comenzó a ver pequeñas salpicaduras en el agua junto a la balsa salvavidas. En ese momento se dio cuenta de que no eran petardos y que alguien estaba disparando a los niños.

Los niños jugando en la playa

Thomas Kendall, hidroavión PBY-5A Catalina - 1960 Photographer: David Lees/LIFE

Rápidamente, Kendall y la señora Shearer corrieron en busca de los pequeños, que comenzaron a nadar hacia el avión protegidos únicamente por la balsa salvavidas. La familia permanecía en silencio, lo único que se escuchaba era el ruido de las balas disparadas por las ametralladoras y las armas automáticas haciendo blanco en el avión y perforando sus paredes. Miriam Kendall protegía a los niños con su cuerpo y Thomas permanecía agazapado junto a ellos, pero estaba preocupado por que una bala perforara un tanque y produjera un escape de gas que incendiara del avión. Entonces, decidió levantarse e ir hasta la cabina para arrancar los motores, pero una bala entró por debajo de sus costillas y le hizo caer al suelo. Inmediatamente, la señora Shearer le ayudó a levantarse para que pudiera conectar las baterías, mientras Bob cortaba con un cuchillo la línea de fondeo.
 

Familia desayunando en el ala del Hidroavión / Date taken: 1960 Photographer: David Lees/LIFE

Thomas Kendall, hidroavión PBY-5A Catalina - 1960 Photographer: David Lees/LIFE

Todos seguían en silencio. Kendall había ordenado que nadie gritara a menos que alguien hubiese resultado herido. Entonces, los motores empezaron a girar y el avión comenzó a moverse muy lentamente. Sin embargo, surgió otro contratiempo: el compartimento de la cola de la nave comenzó a llegarse de agua. En lo que Thomas y su hija Susan lucharon para cerrar la escotilla y que el avión no se inundara, la aeronave se había movido unos 800 metros hasta que embarrancó en un arrecife de coral. “El agua estaba entrando a través de las rasgaduras, que parecía que hubieran sido hechas con un abrelatas gigante. Todo estaba flotando a nuestro alrededor y solo podíamos ver la cara de los chicos entre los restos y un vertido de aceite que salía del motor derecho”, relató Thomas Kendall posteriormente en la revista Time Magazine.
 

 

Tras el accidente, el grupo bajó del avión y nadaron hasta la orilla. Había gasolina y aceite por todas partes y estaban descalzos y sucios con el aceite y la sangre de las heridas que les habían provocado los cristales rotos. De pronto, los atacantes comenzaron a acercarse con sus camiones. Eran unos 60 u 80 hombres que gritaban y disparaban, mientras Thomas y su familia permanecían de pie en la playa, con sus brazos en alto. Paul ondeaba una camiseta blanca y la bandera de Estados Unidos.

El miedo de los árabes hacia Israel les había hecho creer que Kendall y su familia eran soldados de un comando disfrazados


Se trataba de soldados de de tribus beduinas sirviendo al ejército de Arabia Saudí. “Tenían los ojos llenos de furia e iban muy excitados. Un hombre que corría hacia mí le quitó el seguro a una granada y otros dos me apuntaban con sus rifles. Podía ver sus dedos haciendo presión sobre los gatillos”, recordaba Thomas Kendall. Lo siguiente que recuerda es que les vendaron los ojos con sus turbantes, los metieron en los camiones y comenzaron un viaje a través del desierto.
 

hablando con los lugareños

Thomas Kendall, hidroavión PBY-5A Catalina - 1960 Photographer: David Lees/LIFE

Después de dos largas horas de travesía, llegaron a un campamento, donde fueron recluidos bajo vigilancia en un cuarto de ladrillos de adobe de tres por tres metros. Les dijeron que por la mañana “El Gran Rey” iría a visitarlos. Así fue: “El Gran Rey”, que resultó ser el príncipe Khalid bin Saud, se presentó ante ellos. Los intérpretes que le acompañaban comenzaron a explicarles que el ataque se había producido por una confusión, ya que el miedo de los árabes hacia Israel les había hecho creer que Kendall y su familia, incluyendo los niños, eran soldados de un comando israelí disfrazados. Tras este encuentro, el grupo salió de nuevo del campamento junto al príncipe Khalid para inspeccionar el avión. El príncipe había montado un campamento con tiendas en la zona del accidente y los soldados les llevaron ropa que pudieron rescatar de la nave. Pasaron la noche allí y, al otro día, llegó un avión desde Tabuk (Arabia Saudí) con un médico egipcio y un equipo completo de operación. Ese mismo avión los llevó a Yeda (Arabia Saudí).

El oficial a cargo de las tropas fue decapitado y a los soldados que robaron pertenencias del avión les cortaron las manos


Al aterrizar en Yeda, Kendall y los suyos fueron trasladados al hotel Kandara Palace, donde tuvieron que soportar otras cinco horas de interrogatorios hasta que el embajador de Estados Unidos, Donald Heath, y un alto oficial del Ministerio de Asuntos Exteriores saudí, Sayyid Omar Sakkaf, se personaron ante ellos para que les relataran todo lo ocurrido. Thomas Kendall y su familia permanecieron en el hotel de Yeda otras tres semanas, recuperándose de sus heridas y dando detalles de la historia a funcionarios americanos y presentando sus reclamaciones al gobierno saudí.
 

Esperando para ser interrogados

Thomas Kendall, hidroavión PBY-5A Catalina - 1960 Photographer: David Lees/LIFE

El embajador Heath presentó una fuerte protesta ante el Gobierno saudí, pero obtuvo una contundente respuesta: el Gobierno rechaza aceptar cualquier responsabilidad por el ataque, por las heridas o por las propiedades perdidas. Al oficial a cargo de las tropas que realizaron la emboscada se le juzgó ante corte marcial y fue decapitado, mientras que a los soldados que robaron pertenencias del avión les cortaron las manos. Arabia Saudí había dado el incidente por terminado.

Thomas Kendall, su esposa, sus hijos, la señora Shearer, Stephen y David Lees pudieron regresar a casa, pero el avión quedó encallado en aquella playa. Actualmente los curiosos se pueden acercar a observarlo e, incluso, el lugar está señalado en Google Maps como “Catalina Seaplane Wreckage”. Quién sabe si algún día retiren los restos, pero lo que nadie podrá borrar es la angustiosa experiencia que vivieron estos turistas.


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