En los Montes de Toledo, en la localidad de Las Ventas con Peña Aguilera, se levanta un poblado de viviendas tradicionales de Siberia y Asia Central, donde se esconden los utensilios comunes de sus pobladores. Se trata del Etnomuseo Siberiano impulsado por la antropóloga y geógrafa toledana Carmen Arnau Muro (1949).

Carmen, actualmente jubilada, es una enamorada de Siberia (Rusia), aunque no sabe cuál es el origen de dicha pasión. "Siempre me ha parecido un lugar muy interesante. Recuerdo que de pequeña leí un cuentito sobre un indígena siberiano y me encantó, vendrá todo de ahí", reflexionaba en unas declaraciones concedidas a El Confidencial

La antropóloga se marcha durante seis semanas a Sibera, cada año, desde 1994, cuando lo probó por primera vez. Desde entonces, acostumbra a viajar en tren y a bajarse en los pueblos que desconoce para, principalmente, hablar con la gente pues para "eso" aprendió ruso. 

Suscripción

El Etnomuseo es una iniciativa privada, que no ha recibido ningún tipo de ayuda o subvención, y que ha sido sufragada exclusivamente por los ahorros de esta toledana, que ha realizado 18 expediciones científicas y diferentes trabajos de campo en las comunidades indígenas de Siberia. En 2004, cerró el proyecto definitivo de este espacio, con el fin de dar a conocer estos pueblos siberianos, así como salvaguardar su diversidad y riqueza cultural.

En 2005, Carmen compró un terreno de 40.000 metros cuadrados en un entorno natural de los Montes de Toledo. Ese mismo año, se edificó la primera vivienda siberiana, que corresponde a la estepa sur de la región, una yurta octogonal. Desde entonces, las construcciones de los hogares típicos siberanos se han sucedido en el museo, donde se puede encontrar una bania, que tiene la función de una sauna, un balagán, vivienda típicas de la tundra, o un Chardat, edificio funerario, tradicional de Yakutia. No fue hasta el año 2016 que se comenzaron a incorporar hogares de Asia Central. 

esta yurta la financio mediante crowdfunding

Yurta octogonal | Foto: El Confidencial

De hecho, para la edificación de la yurta la antropóloga contrató a dos constructores turco-mongolés de la República de Jakasia. Ella les pagó el vuelo, estancia, comida y un sueldo. "Hicieron un trabajo estupendo, tiene ya trece años y está como el primer día, aunque hay que barnizarla cada año", apuntó.

Carmen no cobra entrada por visitar el museo, que recibe a unos 50 curiosos al mes, por lo que las ganancias que recibe las percibe por medio de la venta de sus libros o artículos elaborados con cuero. Por ello, creó una fundación con el fin de autofinanciarse cuando sus ahorros se esfumaron. Al respecto, aseveró que los ingresos que genera el espacio "se usan para construir nuevas cosas".