Recientemente Arturo Perez Reverte publicó un artículo en el dominical XL titulado “Los hoteles inteligentes y la madre que los parió” en el que describe, en clave de humor, la penosa noche que pasó en uno de ellos luchando contra las luces, las cortinas, la televisión y, a la mañana siguiente la ducha, que no obedecían sus órdenes y en su autónomo funcionamiento hicieron todo lo posible por arruinarle la experiencia de dormir en un establecimiento de cinco estrellas.

Las lámparas estaban situadas en cualquier sitio menos en los lugares donde se debería poder leer, muy elegantes, eso sí. El televisor se encendía y saludaba pero no permitía el acceso a los canales si no se disponía de una clave. Las cortinas se abrieron, pero luego se negaron a cerrarse inundando la habitación con la luz necesaria para haber podido leer, pero también suficiente para impedir el sueño y cuando por la mañana intentó asearse fue incapaz de encontrar esa temperatura tibia que garantiza un saludable despertar.

No pude evitar acordarme de un fantástico artículo escrito por el escritor y periodista Herman Lindkvist, que fue corresponsal en España de la radiotelevisión sueca a finales de los ochenta. En él describía las nuevas duchas instaladas en varios alojamientos que exigían un estudio previo de los mandos a manipular y un cuidado exquisito al manipularlos para evitar escaldarte o resfriarte. Casi me lo aprendí de memoria para conocer las posibilidades de reacción cuando me enfrentaba a una de esas nuevas duchas, algo que no me valió de mucho en una ocasión en la que, colgando en la parte exterior de una de ellas, figuraba un pequeño manual de instrucciones con la letra a un tipo adecuado para no poder leerlo sin gafas.

En estos últimos treinta años los científicos han conseguido grandes avances en el estudio de la inteligencia artificial y las empresas tecnológicas en el desarrollo de las aplicaciones prácticas de la misma a la vida diaria, todo ello con el objetivo de hacernos a todos los que vivimos en países desarrollados la vida más fácil, pero por el camino se han olvidado de hacernos a los humanos también más listos. 

Hace tres décadas un profesional inteligente como Herman Lindkvist tenía dificultades para usar el baño inteligente, hoy, otro no menos astuto Pérez Reverte se ve incapaz de manejar la luz, la tv o la ducha de un establecimiento mucho más inteligente que hace treinta años, con lo que queda claro que la evolución de los alojamientos va más rápida que la de los humanos.

Para facilitar las cosas los 'smart-hotels' deberían sustituir el cóctel por una breve charla de bienvenida con las instrucciones de uso dada, por supuesto, por el robot jefe de recepción.