Schadenfreude —pronúnciese shadenfroide— es una palabra alemana que tiene difícil traducción y enorme fuerza expresiva. Por ese motivo es utilizada  en otros idiomas, como el inglés y, a veces, en español. Su traducción literal sería “alegría por el sufrimiento ajeno”, aunque los diccionarios también recogen “regodeo”, que tiene una componente satírica ausente del original.

Los medios del conservadurismo, y no solo ellos, se han apuntado al schadenfreude pensando, quizás, que las malas noticias desgastan al Gobierno. Los “intelectuales orgánicos” del turismo han seguido ese camino obviando, estoy seguro de que de buena fe, que las consecuencias de sus informaciones y comentarios afectan también negativamente a todo el sector.

El más brillante de ellos lleva insistiendo, en el diario digital Hosteltur, en lo mal que están las cosas en España y en la pésima gestión del Gobierno  y asegura que no hay motivación ideológica en sus comentarios. A mediados de julio ya citaba el Informe anual de la Universidad de Cambridge sobre Desarrollo Sostenible en el que España aparecía en último lugar entre los países de OCDE en la gestión de la pandemia durante los tres primeros meses de la misma, según uno de los apartados, pero obviaba que en la clasificación global España ocupaba la muy digna 22ª posición entre los 166 países estudiados.

Pero como la schadenfreude necesita insistir, repite, en otro artículo a finales de mes, en el que el “Informe sobre Desarrollo Sostenible” se ha convertido en  Informe sobre Turismo Sostenible”. Por supuesto, no es más que un lapsus, pero significativo de que la reafirmación cognitiva es tanto más intensa cuanto inteligente es el sujeto.  De nuevo, la pantalla ideológica ha distorsionado la realidad.

Esos “datos son difícilmente discutibles”, afirma, recordando que según Churchill las únicas estadísticas en las que hay que creer son aquellas que uno mismo ha manipulado. Pero resulta que también hay otros datos “difícilmente discutibles” pero distintos y más recientes.

Por ejemplo, los informes de la Universidad Johns Hopkins de Washington sobre la pandemia, que se recopilan periódicamente y que colocan a España como el sexto país de la OCDE por contagios. O los de la Oficina Nacional de Estadística de Reino Unido que, a 30 de julio, asignaba, en exceso de muertos, veinte mil más a su país que al nuestro usando los datos publicados en El País.

Y si no basta con los males actuales, se recurre a los futuros para obtener algo más de schadenfreude, para ello se recoge esa información de que hay cinco millones de empleos en riesgo, es decir un cuarto de todos los existentes, cuando resulta que, según la cuenta satélite en turismo había 2,6 millones de empleos en 2019.

La conclusión es que tenemos “el mayor número de contagios entre los países europeos” y que “ante la multiplicación de los nuevos brotes, la respuesta que ofrece España es de absoluta descoordinación” para lo que hace falta recuperar una mínima credibilidad ante la “degradación de nuestro sistema sanitario”; una clara recomendación a los británicos para quedarse en casa, dando la razón a BoJo —alias Boris Johnson—.

Covid19 Reino Unido
Schadenfreude: el negativismo se ceba con el turismo

Sin embargo, leyendo la prensa británica de mayor nivel nos enteramos de que los articulistas señalan –El Financial Times incluso en un editorial el pasado 28— que en general en España, y especialmente en las Islas, las condiciones sanitarias son mejores que en el Reino Unido. La gente circula con sus mascarillas, los hoteles y restaurantes han extremado las medidas de precaución y de distanciamiento físico, en comparación, por ejemplo con las playas de Brighton  y otros lugares con los bañistas amontonados. Algo similar ocurre con las cartas de los lectores que critican en general a su Gobierno pero señalan lo bien que funcionaron las cosas en España durante sus vacaciones.

Nadie duda de que los “intelectuales orgánicos” quieren defender al turismo español pero dejaron de estar atentos a la bola y sin querer primaron el Schade, la parte negativa, sobre el Freude, la positiva.

Precisamente cuando las cosas van tan mal como ahora es conveniente acordarse del poema de Shiller An Die Freude, Oda a la Alegría, que recogió Beethoven en el cuarto movimiento de su novena y última  sinfonía y que, tras la adaptación de Von Karajan, se convirtió en el himno de la Unión Europea.

Claro que como por entonces ya estaba sordo no la pudo escuchar pero el mensaje es claro: hay que hacer esfuerzos para superar las desgracias, siempre que se pueda con alegría  pues la alegría de la vida es precisamente una de las virtudes que más aprecian los turistas en nuestro país. Tarde lo que tarde la pandemia pasará y cuando despertemos el turismo seguirá aquí.