Tras el desembarco garibaldino en Marsala en 1860, la borbónica nobleza siciliana siente que su mundo se derrumba. Fabricio Corbera, príncipe de Salina, en la obra de Giuseppe Tomasi de Lampedusa, recrimina a su sobrino Tancredi – Alain Delon en la maravillosa película de Visconti— que se haya unido a los “camisas rojas” a lo que él responde: “Se vogliamo que tutto rimanga come è, bisogna que tutto cambi”, reconociendo el oportunismo de la burguesía local. A la traducción literal: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie” le falta la sutileza, ambigüedad y musicalidad que sí tiene en italiano.
Los hoteleros mallorquines, como si fueran sicilianos —bueno, no solo ellos—, llevan ya años afirmando que es necesario que todo cambie –acompañados en eso de periodistas y políticos—; aunque lo que de verdad deseaban era que todo siguiera igual, algo lógico porque pocas historias de éxito en la segunda mitad del siglo XX y el primer cuarto del XXI superan a las de esas familias.
Lo que tenía que cambiar era el turismo de sol y playa por el cultural, el turismo europeo por el asiático, los destinos de costa por los de interior, el turismo de clases medias y trabajadoras por el de clases acomodadas. También había que dejar de recitar el número de turistas y dar más importancia a los euros y dólares que se dejan, distribuir el turismo por todo el territorio nacional y desestacionalizarlo. Por supuesto estoy exagerando por, pero no demasiado.
Pasaban los años. El viejo paradigma se resistía a morir y el nuevo a nacer, como si todos hubieran leído a Gramsci, pero la pandemia que, durante largos meses aniquiló el turismo en España también alentó a los ilusos que pensaban que en cada crisis hay una oportunidad y que, tras el duro periodo de cierre, vendría un nuevo amanecer que convertiría en realidad sus largos sueños.
Pero ha llegado el primer año de la nueva época — el 22 fue de transición— y los resultados nos ofrecen información de varias y diferentes lecturas como la frase de Tancredi en italiano. A efectos narrativos vamos a centrarnos en el turismo internacional, que es al que generalmente se refieren los periodistas cuando escriben de turismo.
Los seis primeros meses del año han ido de menos a más en cualquiera de los parámetros en los que se miden los resultados: el número de viajes —ya se sabe que muchos turistas viajan varias veces al año— ya es similar al del año de referencia: 2019. El gasto, que es distinto y mayor de lo que España ingresa, ha sido casi un 16% superior al 2019, pero sin deflactar, por lo que todo sigue igual.
El alojamiento en hoteles ha crecido más de un 10% y un 43% en viviendas de alquiler que, en general, ocupan clases medias y trabajadoras. El viaje sin paquete, habitualmente en compañías aéreas de bajo coste subió más que el empaquetado, el alojamiento en viviendas de amigos y familiares, un apartado que, eufemísticamente, se llama alojamiento de no mercado creció más de un 35%, superando de nuevo al promedio. Estadísticamente, esos millones de clientes no pagan por su alojamiento, pero en realidad lo hacen opacamente normalmente en sus países de origen, sobre todo Gran Bretaña; la cuota de mercado de los clientes procedentes de Europa ha subido hasta el 90%— con diferencias entre la subida de los países vecinos y la bajada de los nórdicos y alemanes— mientras que la de los procedentes de Asia sigue en mínimos. Afortunadamente, gastan más, crecen los provenientes de Estados Unidos y América Latina favorecidos por un dólar alto.
Más del 90% de los clientes, y casi el 97% del gasto fueron a parar a una de las seis comunidades que dominan este sector: Cataluña, Baleares, Madrid, Comunidad Valenciana, Andalucía y Canarias, de ellas solo Madrid es un destino cultural —Barcelona comparte cultura y playa—. Las cifras del verano constatarán esta realidad, finalmente cada vez más clientes vienen a visitarnos en mayo, junio y octubre a destinos de sol y playa, gracias a las compañías de bajo coste que traen a dos de cada tres turistas que vienen en avión
Para que todo siga como está, nuestros hoteleros —también el resto de las empresas alojativas— han avanzado, notablemente, en sostenibilidad, digitalización y eficiencia a un ritmo aún mayor que el habitual. A poco que aumenten sus ingresos, una vez deflactado, los beneficios serán superiores a los del año de referencia. El producto es el mismo pero mejorado
Ya a mediados del Siglo XIX el crítico, novelista y periodista francés Jean-Baptiste Alphonse Karr dejó para la posteridad, supuestamente, la bien conocida frase: "Plus ca change plus c'est la meme chose", o sea, cuanto más cambia, más de lo mismo.
*Ignacio Vasallo es director de Relaciones Internacionales de la Federación de Periodistas y Escritores de Turismo (FEPET).