En teoría, la profesión de analista de bolsa es una de las más difíciles. Tienen que tomar en cuenta una infinidad de variables tanto de la empresa estudiada, del sector en el que opera, del país en el que trabajan e incluso mundiales. Variables económicas, políticas e incluso psicológicas. Una vez estudiadas, tienen que hacer las correspondientes recomendaciones de compra o venta bien al banco de inversiones, a la correspondiente empresa o incluso directamente al inversor.

Esas recomendaciones se llevan a cabo en un metalenguaje plagado de acrónimos y frases de difícil interpretación que dejan siempre abierta la posibilidad de entender una cosa y su contraria. En general la opción de compra prima sobre la de venta porque a largo plazo la bolsa es una buena inversión.

Sin embargo, son muchos los inversores que han dejado de creer en los análisis de este tipo para escoger unas acciones determinadas  La realidad ha demostrado que muy pocos consiguen rentabilidades mayores que las de los índices, por lo que invierten en fondos que simplemente replican lo que estos hacen, sin necesidad de analistas.

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En el mundo del turismo se han saltado todo ese proceso tanto los cargos electos como gran parte de los periodistas que, en general, se limitan a comunicar las cifras provenientes de los organismos encargados de recopilarlas diciendo que son muy buenas y que el turismo va bien, lo cual a la larga -como ocurre en la bolsa-, es cierto porque, con la excepción de pocos años, el turismo no ha dejado de crecer a lo largo del tiempo ni va a dejar de hacerlo en el futuro.

Los más espabilados señalan que la recuperación de Turquía o Egipto afectará negativamente a nuestros destinos y cosas por el estilo.

Por supuesto, las principales cadenas hoteleras son hoy globales y analizan cientos de variables; lo mismo hacen algunos lobbies empresariales. Ambos cuando comunican sus resultados lo hacen en un lenguaje accesible a los interesados. Lo mismo ocurre con los  expertos en turismo, que también los hay, y buenos.

Así, es inevitable que prácticamente cualquier recién llegado pontifique sobre el asunto.

Es imprescindible la creación de un metalenguaje propio del turismo que dificulte esa frivolidad y obligue a los recién llegados a estudiar los asuntos, al menos por el temor a que su ignorancia quede al descubierto. Esto ya ocurre en algunos subsectores como el de la aviación sobre el que hablan, cuando lo hacen, con cuidado.

Por supuesto, lo más normal es que les ocurra como a los analistas de bolsa, es decir, que tengan un nivel de acierto escaso y que poco a poco la profesión de experto en turismo quede reducida a aquellos que dominen el nuevo metalenguaje que los políticos solo aprenderán cuando ya estén a punto de cesar.