Hoy quiero compartir con vosotros una confesión: siempre he sido un gran fan de los minibares. La primera cosa que hacía al llegar a una habitación de hotel era abrir el minibar para ver qué delicias podía probar y la segunda, probar el colchón.

Durante décadas, el minibar ha sido el símbolo silencioso del lujo en el mundo hotelero. Esa pequeña nevera que, a menudo se encuentra escondida en un mueble o debajo del escritorio, ofrecía mucho más que solo bebidas y snacks, representaba comodidad y un cierto estatus. Sin embargo, hoy en día, su papel en la experiencia hotelera está siendo cuestionado. ¿Qué ha pasado con uno de los grandes íconos de la hospitalidad del siglo XX?

Mientras navegaba por internet, descubrí que el minibar tiene sus raíces en la década de los 60, cuando el Hotel Hong Kong Hilton fue el primero en instalar una pequeña nevera en sus habitaciones, repleta de bebidas alcohólicas y refrescos. El éxito fue instantáneo: los ingresos por habitación se dispararon y pronto otros hoteles de lujo siguieron su ejemplo.

En los años 70 y 80, el minibar se convirtió en un estándar en la hotelería de alta gama. En una época sin servicios de habitación 24/7, sin delivery y sin máquinas expendedoras en cada planta, el minibar era una solución brillante y muy deseada. No solo ofrecía conveniencia, sino que también brindaba una experiencia exclusiva: disfrutar de una copa de champán en bata de baño o picar algo mientras se veía una película en la habitación.

Durante su mejor momento, el minibar ofrecía mucho más que las típicas bebidas. En algunos hoteles de lujo se podían encontrar desde botellas premium hasta delicatessen locales. Para los hoteleros, representaba una fuente de ingresos muy atractiva.

Pero la confianza en los huéspedes se convirtió en desconfianza y empezaron los minibares con sensores y cobro instantáneo en la factura. Se contaban por centenares los huéspedes que decían que no consumían nada o no daban toda la información real de consumo y empezaron las perdidas por el servicio de minibar, Esto llevo a los hoteles, a partir del año 2000, a tomar medidas correctoras, pues el minibar comenzó a perder protagonismo y varios factores contribuyeron a su declive:

  1. Altos costos operativos: mantener el minibar lleno y llevar un control de su inventario requería personal y no daba tiempo a controlar la veracidad de lo consumido en cada salida del huésped.
  2. Sensores poco populares: el cobro automático por mover productos, incluso si no se consumían, causó frustración en muchos clientes.
  3. Cambio en los hábitos de consumo: la nueva generación de viajeros busca experiencias locales, opciones saludables y precios justos, no quieren pagar 6 euros por una lata de refresco.
  4. Alternativas más efectivas: tiendas abiertas 24 horas en el lobby, máquinas expendedoras de diseño o incluso aplicaciones para pedir servicio a la habitación a la carta.

Hoy en día, muchos hoteles han decidido eliminar los minibares, otros optan por dejarlos vacíos para que los huéspedes los usen a su manera, o los transforman en un punto de venta bajo petición.

Bajo mi humilde punto de vista, el minibar ya no es lo que era. De ser un símbolo de lujo, ha pasado a ser un servicio cuestionado por su falta de rentabilidad y relevancia. Sin embargo, en su reinvención aún hay espacio para la creatividad hotelera. Tal vez no vuelva a ser el centro de atención, pero puede adaptarse a los nuevos tiempos, ofreciendo una propuesta más honesta, sostenible y conectada con el huésped moderno.

El minibar ha sido uno de los mejores valores que el sector hotelero debería recuperar, pero no será fácil.

 

*Biel Martí es director comercial Súmmum Hotel Group