Siempre he dicho que el marketing es aplicar el sentido común a las decisiones de la empresa. Con conocimiento y con procedimientos

En los últimos tiempos he observado cómo hay una corriente que opera en la sociedad, cada vez más presente a raíz de la llegada de las redes sociales, y la democracia informativa. Consiste, básicamente, en ir en contra de todo aquello con lo que la mayoría esté de acuerdo. Atacarlo, menospreciarlo, difamarlo y, con ello, ganarse la simpatía de aquellos que buscan identificarse como diferentes o extraordinarios. Es decir, invertir los valores y convertirse en extraordinario no por sus acciones, lo que sería una gran virtud, sino por principios. Como soy extraordinario, me posiciono siempre en contra de la mayoría.


Esto, aplicado a teoría del marketing, podría ser el principio que rige la diferenciación; pero en términos de sentido común lo llamaremos el contramarketing.

Defino entonces contramarketing: diferenciarse de los demás a través de empeñarse en ser diferente, sea como sea, aunque esto signifique ir en contra de las normas que rigen el sentido común, entendiendo el sentido común como el sentir general.

De este pensamiento o sentir, nacen las teorías conspiratorias, algunos movimientos políticos y casi todos los debates que vemos a diario, donde siempre tiene que haber un elemento discordante, que aporte otro campo de visión al asunto en cuestión. Algo necesario y, a veces, muy constructivo.

El marketing contracorriente es muy aplicado en el marketing político a día de hoy, cuyo objetivo es ?ser diferente? y con ello llamar la atención y captar votos. Ahora que está muy feo votar a los de siempre, decir lo que nadie dice es el principio de sus principios. Aunque en el fondo, es lo de siempre. Decir lo que no diga el otro: la oposición como proclama.

Así es como, por ejemplo, en casos como el de los atentados recientes en París, nos hemos encontrado con pensamientos o corrientes o afiliaciones que en su campaña de contramarketing están más interesados en destacar lo que nos diferencia que lo que los une, sembrando el desaliento y la indignación entre la mayoría de los ciudadanos.

Pongo el ejemplo de aquellos que ponen el grito en el cielo porque, por ejemplo, tras los atentados de París, hay quienes han querido solidarizarse con el pueblo francés expresando de un modo u otro su rechazo a lo ocurrido. Con mensajes de repulsa, apoyo, o iconos relativos a la paz o símbolos representativos de Francia.

Algo tan aparentemente sano e inocente como el solidarizarse con el vecino ha sido utilizado por estos seres extraordinarios como herramienta arrojadiza, apelando a la falta de solidaridad con el resto del mundo, ?porque hay más guerras, muerte y miseria en el mundo y no debe nadie mostrar el apoyo a las víctimas de una barbarie cuando hay más?.

Seguramente, estos seres excepcionales no irán al hospital a ver a sus familiares o conocidos ingresados. Con la de enfermos que hay en el mundo, sería hipócrita e insolidario preocuparse sólo por los suyos, pensarán.

Nuestros sentimientos van relacionados con el nivel de proximidad o cercanía que sentimos hacia nuestros semejantes. Es lógico pensar que nos afecte mucho más un atentado en una ciudad próxima, geográfica y culturalmente.

Pero no voy a emplear más tiempo en argumentar una y otra posición, porque parece de sentido común, y a nadie le agrada la muere ni el sufrimiento ajeno. A nadie en su sano juicio.

A lo que voy es que estas corrientes de pensamiento extraordinario hacen de cualquier tipo de diferencia una virtud y terminan por convencerse de que ser diferente es una virtud por encima de todo, incluso cuando estamos actuando contra corriente.

En situaciones graves como estas, con vidas y dolor de por medio, donde el sentido común debería de imperar para conseguir la máxima unidad y rechazo contra la barbarie, el contramarketing no debería existir. Porque en caliente es nocivo, siembra la discordia, el resquemor, y por último el odio y pone en relevancia los que nos diferencia, por encima de lo que nos une.

El Contramarketing o marketing Contracorriente tiene, en la democracia, buenos resultados, no se puede negar.Lo que parece lógico y común a todos los ciudadanos acaba convirtiéndose en algo aparentemente nocivo según ellos dicen, y acaban sucumbiendo a la tiranía de las minorías. Y entonces uno se encuentra dando explicaciones de porqué se solidariza con su vecino, cómo sí con ello estuviera justificando las muertes y atentados en otras partes del mundo, o por qué un ciudadano de a pie no puede mostrar un símbolo pacifista, o una bandera cuando vive en su propio país.

La habilidad de marketing contracorriente es que, empleando la demagogia en supuesta defensa de las minorías desamparadas, consigue crear un sentimiento de culpabilidad e inferioridad en la mayoría silenciosa, como si el pensamiento y sentimiento común fuera algo malo, abusón y fascista. ?Está mal pensar así?.


Del contramarketing nacen los pensamientos retorcidos, y las teorías conspiratorias, que invierten el orden de las cosas de manera que parezca que los daños colaterales son las verdaderas causas de determinados actos, y son esas causas la razón principal y la causa que mueve al individuo a la acción.


Estas son lecturas entretenidas y formas curiosas y deterministas de ver la vida pero que nunca deberían regir el destino de una sociedad, porque entonces todo el mundo es malo, siempre habrá una mano negra que lo controle todo. Y la responsabilidad nunca va a ser nuestra.

El contramarketing es un buen pepito grillo, una visión crítica necesaria para estar alerta y despertar nuestras conciencias ante lo desconocido o desapercibido. Pero hay momentos en los que provoca rechazo.Al menos en casos como éste de Paris, donde parece poco prudente sembrar la discordia con la sangre de los fallecidos aún caliente.

Quizá el problema del marketing contracorriente no sea el QUÉ, que es necesario,sino el CUÁNDO. Sembrar la división y la confusión cuando estamos todavía asimilando el estado de shock en el que nos encontramos denota falta de conciencia social y resulta, cuanto menos, de muy mal gusto.