Recientemente se celebró en la ciudad de Málaga la convención anual de Hispania Nostra, la ONG que lleva cuarenta años defendiendo el patrimonio cultural español y que forma parte de la más amplia Europa Nostra. La Presidenta me pidió que hiciera la intervención inaugural sobre el turismo cultural, asunto que era también el lema de la convención.

Como estoy acostumbrado a analizar el turismo cultural desde el punto de vista del turismo mientras que el auditorio lo hacía desde el punto de vista del Patrimonio, tuve la oportunidad de intentar llegar a una síntesis que resumiera ambas perspectivas y desentrañara algunos de los mitos que circulan sobre el asunto.

El primero es que el turismo cultural crece mucho más que el de sol y playa. Las conclusiones del Profesor Greg Richards, el gurú de este asunto, es que crecen igual y que gran parte del crecimiento del turismo cultural se debe al incremento del turismo en general. Descubrimos pues que la mayoría de visitantes de la Alhambra son turistas que están alojados en la Costa del Sol, y lo mismo ocurre, por ejemplo, con los visitantes de los lugares dalinianos que son los rusos que van a la Costa Brava. Se descubre también que en las encuestas de motivación, el número de los que declaran que van a venir a España por motivos culturales es muy superior a la realidad. Parece que lo que quieren decir es que van a venir a España por el clima, la seguridad y el precio y que una vez que estén aquí harán alguna visita cultural.

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En una gran parte de los casos que una misma persona cuando se pone el traje de baño es un turista de sol y playa y que al cambiar la indumentaria por un pantalón corto, chaleco de fotógrafo y gorra de béisbol se convierte en un turista cultural.

El gran problema es la tendencia de este tipo de turistas a visitar solamente los lugares icónicos que puedan ser fácilmente reconocibles por familiares y amigos en las fotos que se enseñaran al regreso, mientras que el 90% de los monumentos del Patrimonio Cultural de España no reciben suficientes visitantes que, con su gasto, permitirían el mantenimiento de esos lugares. Hay, por tanto, exceso de turismo en unos pocos enclaves, en realidad muy pocos, y falta de turismo en la mayor parte de ellos, pero naturalmente los visitantes quieren tener en su colección un Gaudí o un Dalí y se olvidan de los grandes artistas que han dejado nuestras iglesias, catedrales y museos  llenos de obras maravillosas que normalmente podemos ver sin aprietos.

A base de eventos que llamen la atención, al principio nacionalmente y en caso de éxito internacionalmente, las pequeñas ciudades podrían ir posicionándose para aumentar sus corrientes turísticas, mientras que las que lo que tienen es exceso aplicarían medidas fiscales que ayudarían a lograr el necesario equilibrio.