La Feria de Abril de Sevilla nació hace 170 años por iniciativa de un sevillano, un catalán y un vasco. Se traba de la propuesta de una feria de ganado que finalmente se estrenó en 1847 tras recibir la aprobación de la reina Isabel II. Se inauguró con 19 casetas, pero, tras su éxito, el número se fue incrementando y se unieron a la celebración puestos de buñuelos, turrones, avellanas y alrededor de 100 tabernas. A día de hoy el Real de la Feria acoge a 1.047 casetas y su impacto económico supera el 3% del PIB de la ciudad andaluza. Los ingresos de la feria, según un estudio de la Universidad de Sevilla, provienen de las instituciones públicas y privadas (36,7 millones de euros), de los visitantes (158,5) y de lo que genera el sector textil y la hostelería (480). Además, los taxistas aumentan en un 40% sus ingresos durante esos días, mientras los hoteles y pisos turísticos cuelgan el cartel de completos. Este ejemplo sevillano de turismo, tradición e innovación, debe llevar a los representantes del Estado a reflexionar sobre su negativa a muchos proyectos turísticos. En un país que vive en gran parte de este sector, debemos estar abiertos a las nuevas iniciativas que en el futuro pueden consolidarse como grandes atracciones. Y, como ejemplifica el Real, trabajar por encima de las identidades nacionales y sus diferencias, para alcanzar el bien común