En uno de los festejos con motivo del 90 aniversario de Paradores, el Ministro Nadal, encargado de la gestión turística, pronunció la siguiente frase, según recogieron varios medios: “Está muy bien irse a la playa de Benidorm, pero eso no es cómo es España. Los turistas que vienen de fuera y llegan a Paradores, conocen la España real”.

Todavía estoy esperando una protesta formal de las autoridades de Benidorm (Alicante) ante semejante disparate de la autoridad responsable, entre otros muchos asuntos, de la imagen turística de España en el mundo.

Qué duda cabe de que los Paradores son uno de nuestros principales activos  y que a lo largo de tantos años han logrado un reconocimiento mundial. Como dice la gente que se dedica al marketing, tienen una propuesta de venta única.

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Por eso no entiendo que para alabar a los Paradores sea necesario degradar a Benidorm y excluirla de la España real, como si fuera una ciudad de segunda categoría. El recientemente fallecido, pero nunca olvidado, Mario Gaviria  volvió a impulsar en 2015 su candidatura como Patrimonio cultural de la Unesco tanto material (edificios), como inmaterial (forma de vida). Y su maestro, el gran sociólogo Lefebvre, ni se inmutó cuando señaló que prefería la ciudad mediterránea a Florencia. “Es el Estado del bienestar aplicado al turismo. La mejor de todas las ciudades  construidas en la segunda mitad del siglo XX”.

Cuando el Ministro señalaba a Benidorm, se estaba también refiriendo a Torremolinos (Málaga), a Ibiza, a Tenerife y a tantos sitios de nuestra costa que son precisamente lo que la gran mayoría de los extranjeros, nos visiten o no, conoce. Estos espacios constituyen una España tan verdadera como la que se manifiesta alrededor de los Paradores, solo que con muchos más visitantes. Benidorm tiene más pernoctaciones que todos los Paradores juntos. Y si España es apreciada en el mundo es debido al turismo masivo. Está claro que parte de la imagen está constituida por cerveza barata y mejorable paella, pero también por playas de primera categoría, una de las mejores gastronomías del mundo y, sobre todo, una envidiada y alegre forma de vida de la que pueden disfrutar, al menos unas semanas al año, millones y millones de europeos.

El señor ministro debería ser castigado a pasar una semana en Benidorm, preferiblemente en invierno cuando está lleno de ingleses disfrutones. Estoy seguro de que cuando cumpliera la condena, cambiaría su discurso en la próxima inauguración y aceptaría que nuestros grandes destinos turísticos también forman parte de la España Real.

Otra opción es que en su próximo viaje a Estados Unidos diga en uno de sus discursos que Disneylandia no forma parte de la América real, pero claro, esta opción es mucho más arriesgada y no deseamos al señor ministro ningún daño físico.