Hace apenas unos días se encendían las alarmas en el Caribe por un maremoto que hizo temblar especialmente a Jamaica y Cuba, aunque se dejó sentir en Belice, Honduras, Islas Caimán y México. Existía la posibilidad de que el sismo, que tuvo lugar a 10 km de profundidad, pudiese generar una ola gigante que impactara contra las costas de estos países. Afortunadamente, ese tsunami nunca llegó.

Al fin y al cabo, este tipo de catástrofes a las que está expuesto el mundo surgen de las profundidades, son incontrolables y, además, dan un escaso margen de maniobra para proteger a la población y, mucho menos, a las ciudades e infraestructuras que se encuentran cerca de la costa.

Algo similar está sucediendo con el coronavirus de China. Surgió de la nada, probablemente de un mercado asiático con grandes deficiencias de salubridad o de la ingesta de animales infectados con este virus —la teoría más barajada habla de una sopa de murciélago—. En China se propagó a través del propio movimiento de personas y viajeros. De hecho, Wuhan, la zona que señalan todas las investigaciones como cuna del brote del virus, está ubicada en el centro del país y es considerada como un gran centro económico, político y comercial, además de destino vacacional. Así, portales web como Tripadvisor recomiendan múltiples visitas para los turistas como la Torre de la Grulla Amarilla, el Museo Provincial de Hubei o el Lago del Este.

El mundo del turismo ha observado la propagación de este virus mortal como en el caso del ébola en los países centroafricanos, como la República Democrática del Congo: un mal lejano, demasiado lejano para afectarnos. Pero ambos casos se diferencian en la capacidad de propagación, marcada esta por la facilidad del contagio y por el “transporte” del virus.

Algunas de las variables que el sector turístico busca constantemente maximizar como el número de viajeros, la cantidad de rutas o las capacidades (tanto aéreas como terrestres y marítimas) son a la vez factores clave para la propagación de una epidemia. Y es evidente que las cifras de movilidad del Congo no son las mismas que las de China: en 2018 se convirtió en el primer emisor mundial con 149,7 millones de viajeros, siendo Tailandia, Japón y Singapur sus principales destinos.

Este elevado movimiento de personas ha hecho que el virus ya haya saltado las fronteras del gigante asiático y haya llegado a numerosos países del mundo. Concretamente, se han detectado casos en Alemania, Australia, Camboya, Canadá, Corea del Sur, Emiratos Árabes, Estados Unidos, Filipinas, Finlandia, Francia, India, Italia, Japón, Malasia, Nepal, Reino Unido, Rusia, Suecia, Singapur, Tailandia, Taiwán y Vietnam. (Consultar el mapa aquí). El último país en unirse a este largo listado, que probablemente seguirá creciendo, ha sido justamente España, donde en la noche de ayer, 31 de enero, se confirmó que uno de los turistas alemanes aislados en la isla de La Gomera padece el virus.

Así, lo que se percibía como un “mal lejano” se ha convertido en una amenaza directa. La ola del ‘tsunami coronavirus’, resultado de un sismo en el centro de la lejana China, está ya llegando a todos los lugares del planeta e interfiriendo y, en algunos casos, paralizando la maquinaria turística global: cruceros en cuarentena como el Costa Smeralda en el puerto de Civitavecchia (Italia), rutas aéreas canceladas, turistas siendo analizados en destinos como Granada, Torrevieja (Alicante) o los ya citados de La Gomera.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha declarado el estado de emergencia internacional y es que las cifras dadas por el Ministerio de Salud de la República Popular China indican que en estos momentos en el país asiático hay 11.700 casos confirmados y ya se han registrado 259 víctimas mortales. 

China ha activado todo su poderío como país para intentar combatir esta pandemia. Para ello, está poniendo en cuarentena ciudades completas; levantando hospitales de 1.000 camas en 10 días para alojar y aislar a los pacientes infectados; y tomará las medidas que sean necesarias para ganar esta batalla. El resto de naciones del mundo están incrementando los controles en fronteras —Rusia incluso ha decidido cerrarlas— y están aplicando los protocolos de vigilancia activa, de detección temprana de la enfermedad, de aislamiento y de tratamiento. 

China se ha desplomado como destino vacacional y como mercado proveedor de turistas hacia el resto del mundo, otros países receptores de viajeros tendrán que demostrar ahora su capacidad para mantener la epidemia fuera de sus fronteras y aguantar el equilibrio en la industria de las vacaciones y el ocio. Lo que es un hecho es la vulnerabilidad y fragilidad de la industria y la economía del turismo; porque una “simple” sopa de murciélago puede poner en jaque los viajes por el mundo o devastar destinos turísticos completos, como las olas de un tsunami.