Eslovenia es uno de esos países balcánicos difíciles de identificar. Algunos lo confunden con Eslovaquia, los hay que piensan que es Mediterráneo (sin salida al mar), como Eslovaquia, Hungría o Austria, cuando en realidad cuenta con 46 kilómetros de precioso litoral en el Adriático, y casi nadie sabe cuál es el idioma que se habla.

No es extraño. Desde los romanos, y con la breve excepción de Reino de Iliria, hasta después de las guerras napoleónicas, siempre estuvo integrada en una entidad superior: el Imperio Austriaco, hasta su desmembramiento en 1918; el Reino de los serbios, croatas y eslovenos reconvertido en Yugoslavia a partir de 1945 y, finalmente la independencia en 1991, tras la guerra de los diez días. Era la única de las antiguas repúblicas federadas de cultura plenamente europea, especialmente austriaca e italiana.

Es un país pequeño, algo más de 20.000 kilómetros cuadrados y dos millones de habitantes, pero tiene tres regiones claramente delimitadas: al norte, la zona de los Alpes Julianos (de Julio César), imposible de diferenciar de la vecina Carintia en Austria, con Maribor como capital. En el centro, la llanura de la Panonia con grandes bosque y lagos, y algunas de las mejores cuevas del mundo, en la que se ubica la capital Liubliana y, al oeste, la península de Istria con Capodistria y otras pequeñas ciudades claramente de origen veneciano, como en toda la costa dálmata.

Ah, el idioma es el esloveno, de origen eslavo. En todos los lugares turísticos los locales te atenderán en alemán, italiano o inglés, que aprenden correctamente como en España podemos comprobar cuando entrevistan a Luka Doncic, nuestro esloveno preferido.

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Península de Istria, ubicada entre Croacia y Eslovenia 

Dadas las distancias es fácil recorrer el país en automóvil. En la zona alpina las carreteras están cuidadas y hay numerosos alojamientos familiares. Maribor es una ciudad mediana, con escaso interés monumental, pero con una trágica historia centroeuropea. La capital de Estiria tenía población alemana, fue desgermanizada después de la primera Guerra Mundial, anexionada a Alemania en el 41 y entregada a Tito en el 45, quien expulsó a la totalidad de la población teutona.

En la llanura de Panonia, los turistas visitan el lago Bled y la cueva de Postuina, en medio de los bosques. Y, por supuesto, la bella Liubliana, capital del país, que tiene su origen en un campamento militar romano, con un interesante y cuidado centro histórico con su castillo, su catedral y algunas iglesias. Es alegre y juvenil como centro universitario y muy agradable para pasear por la ribera de su río de adorno.

Esta región tiene, además, su mención en Jasón y los Argonautas, quienes tras subir el Danubio se desviaron por un afluente y desembarcaron para llevar por tierra el barco hasta el Adriático, ya de regreso a casa. Se encontraron con un gran lago rodeado de una marisma donde Jasón venció al dragón de Liubliana, gesta que figura en distintos escudos.

Y, finalmente, hay que recorrer la zona costera en el Golfo de Trieste, para comer al fresco pescado bien cocinado y disfrutar los vinos locales, especialmente los blancos, con buenos Sauvignon, Riesling y Malvasias y algún aceptable espumoso.

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Castillo de Liubliana

Pero una de las cosas de lo que más orgullosos están los eslovenos no es una cosa y ni siquiera se puede admirar allí. Se trata de los caballos lipizanos, esos bellos elegantes e inteligentes equinos que bailan en Viena, en la llamada 'Escuela Española', que nacen pardos y se van aclarando con los años.

Esta raza tiene su origen hace unos cuatro siglos en la zona de Lipica, pronunciado Lipitza, cuando los históricos y locales caballos cársicos se mezclaron con ejemplares de raza española, napolitana y árabe. Cuando las yeguadas que se criaban en España empezaron a decaer, los austriacos crearon las suyas en el pueblo de Lipica, que el Archiduque Carlos II compró en 1580. Los caballos lipizanos están declarados como monumento Nacional de Eslovenia.

Yeguas y crías pacen en los alrededores y a los tres años y medio, los potros son enviados al colegio. A los cinco los seleccionados van a la Escuela de Adiestramiento.

Cuando visité el país en 1998 —con la memoria de la independencia aún fresca—, con un equipo de Iberia para estudiar la posibilidad de vuelos entre Lubliana y Madrid, el magnífico interprete Tylen, al enterarse de que Radio Nacional me iba a hacer una entrevista sobre el viaje, me pidió, me suplicó que no me olvidara de reclamar para Eslovenia la propiedad intelectual de los caballos lipizanos, que les había sido arrebatada por el poder colonial austriaco. Efectivamente así lo hice, ante el asombro de mis compañeros, que tuvieron que darse la vuelta para ocultar las risas, mientras que Tylen, con lágrimas en los ojos, me dio eternas gracias en su nombre y en el de Eslovenia. Por si había alguna duda, aquel día quedó claro cómo el sentimiento nacionalista puede destrozar la razón humana.