La mayor parte del turismo que llega a Colombia es de ‘sol y playa’. Casi todos los clientes son americanos, unos del Norte en busca de algo original; y otros del Sur, especialmente durante los meses de verano caribeño que coincide con el invierno austral. El Caribe colombiano se queda con la mayor parte del botín, especialmente Cartagena de Indias,  puerta de entrada a las míticas riquezas del Perú.

Los doscientos kilómetros de costa entre Cartagena y Santa Marta, que necesariamente hay que recorrer a paso lento, ponen al descubierto bellos paisajes caribeños y el fabuloso parque Tayrona, ya cerca del destino, con formaciones coralinas, playas blancas, manglares y lagunas.   También se visitan las ruinas de la cultura Tayrona. Pero lo más fascinante de la zona es la Ciudad Perdida, antiguo poblado Tayrona construido en terrazas en los siglos VIII y IX y  descubierto en 1976. Formaba parte de un conjunto de pequeñas aldeas que se sitúan entre los novecientos y los mil trescientos metros de altitud en la zona Norte de la Sierra Nevada de Santa Marta, protegida por ésta y en zona selvática. Pero para desgracia del turista accidental, solo es posible visitar el Parque Arqueológico tras al menos, un par de días de caminata  en grupos organizados. La belleza y tranquilidad del lugar y la increíble vegetación, con multitud de orquídeas silvestres, nos convencen de que es un espacio único.

Parque de Tayrona

Parque de Tayrona

La Sierra Nevada de Santa Marta constituye el sistema montañoso litoral más alto del planeta con picos de casi seis mil metros.

Santa Marta es la ciudad más antigua de Colombia, pero su salto a la fama se debe al ser el lugar donde fue a morir Simón Bolívar, tras un penoso viaje desde Bogotá, como bien relata Gabriel Garcia Márquez en “El General en su laberinto”. Falleció en la Quinta de San Pedro Alejandrino, que puede ser visitada. En las cercanía esta idealmente situado el Macondo de Cien años de Soledad.

Suscripción

El Caribe colombiano es mestizo: europeo, indígena y africano; y en consecuencia, mestizas son las formas de expresión cultural. La más significativa es la música. Hay multitud de “ritmos latinos”, de la bachata a la conga o las más conocidas cumbia y vallenato. Los instrumentos son de percusión y de viento. Inevitablemente quieres bailar cuando la escuchas, pero inevitablemente también la escuchas todo el tiempo, en la calle, en los bares, y especialmente en los taxis, siempre un par de decibelios más alta de lo que uno hubiera deseado.

De regreso a Cartagena, hay que dedicarse a la amurallada ciudad vieja  y olvidarse de la ciudad nueva que cuenta con más de un millón de habitantes. Las obras de restauración han sido importantes y la han convertido en la joya colonial de América. Muchas mansiones han sido convertidas en hoteles de alto nivel y en restaurantes de lujo.

Hay que visitar la reconstruida e inmensa catedral que había quedado casi completamente destruida tras un ataque de Drake; el Palacio de la Inquisición; las Bóvedas; y las diversas plazas, como la de Santo Domingo, la de la Aduana y el Parque Bolívar, siempre repletas de turistas y en las que los numerosos grupos de músicos cantan y bailan los ritmos locales, en general con gran acierto. Los cálidos atardeceres son sensuales e incitan a deambular sin destino fijo. Las limitaciones al tráfico rodado permiten al peatón moverse con tranquilidad solo rota por las numerosas calesas que pasean a los vagos y dan a la ciudad ese aire a lo Disney que es común a todas las controladas por los nuevos invasores.

Cartagena de Indias

Fuera de los muros, el Castillo de San Felipe de Barajas, la mayor fortificación de América  protege el puerto que también es defendido por otros fuertes y baluartes. Y es que los ingleses, y no solo ellos, sabían que el control de Cartagena era básico para la expansión de su Imperio americano. Hubo numerosos enfrentamientos pero el más sangriento fue la batalla de Cartagena del 13 de marzo al 20 de mayo de 1741, que constituye el episodio más importante de la “guerra de la oreja de Jenkins”, en la que la flota de 195 navíos al mando del Almirante Vernon -la mayor de la historia hasta la del desembarco de Normandía con treinta mil hombres- quería tomar la ciudad para vengar la afrenta que un militar español había hecho al tal Jenkins cortándole la oreja y entregándosela con un mensaje para el Rey británico de que haría lo mismo con el sí pasaba por la América Española.

La ciudad estaba defendida por el marino vasco Blas de Lezo que disponía de seis barcos y 3.600 combatientes. El Almirante Patapalo o Medio Hombre había perdido ya en batalla un ojo, una pierna y un brazo, y perdería la vida unos meses después como consecuencia de la batalla. Pero con esos limitados recursos y la ayuda de las epidemias infringió a los ingleses, que se tuvieron que retirar tras haber perdido a la mitad de sus hombres, una de las mayores derrotas de su historia. Mientras tanto en Londres ya habían acuñado monedas conmemorativas de la anunciada e inexistente victoria.

La estatua del héroe a la entrada del Fuerte de San Felipe es visita obligada para los turistas españoles.

Para disfrutar del mar, los locales con recursos y los visitantes se desplazan a la península de Baru con la preciosa Playa Blanca, o un poco más lejos a las Islas del Rosario, dentro de un Parque Nacional creado para proteger las formaciones coralinas que han sido esquilmadas lo que limita el interés por el buceo en un mar típico caribeño. La Isla Grande cuenta con varios hoteles y restaurantes.

Las playas de Cartagena son amplias y de extensión kilométrica, sin embargo no están debidamente atendidas ni siquiera en las zonas de concesiones de los grandes hoteles. Tras cualquier temporal, relativamente frecuentes en la zona, aparecen botellas de todo tipo y restos enviados por el mar o dejados por los usuarios de la playa, que pueden tardar días en ser recogidos. El agua obscura carece de atractivo. Los turistas serios no van a Cartagena a bañarse.