A veces los milagros no solo ocurren en las películas. La vida está llena de ejemplos y la historia de este piloto del vuelo 5390 de British Airways es un claro ejemplo de ello.

En el año 1990, un avión de esta compañía británica despegó con normalidad rumbo a Málaga. Todo parecía ir viento en popa cuando uno de los parabrisas de la cabina saltó por los aires. El aparato se encontraba a cinco mil metros de altura y su piloto estaba a punto de vivir lo que, desafortunadamente, sería la historia más dramática de su vida.

Era el mes de junio y Tim Lancaster despegó del aeropuerto de Birmingham con destino a España. Alastair Atchison era su copiloto y llevaban 81 pasajeros a bordo. Cuando la aeronave se estableció en el ascenso, los pilotos se pusieron cómodos y se aflojaron el cinturón.

A 5.300 metros de altura, cuando el personal se disponía a preparar el servicio de comida, los pilotos escucharon un ruido muy fuerte y el fuselaje se llenó de condensación. Como si estuvieran inmersos en una pesadilla de la que no podían despertar, el parabrisas izquierdo se separó del fuselaje. Sin tiempo para reaccionar, el capitán salió disparado violentamente de su asiento en dirección a la apertura.

Atchison no podía creer lo que estaba ocurriendo y los pasajeros de primera clase entraron en estado de schock al ver la escena en un breve lapso de tiempo en que la puerta se abrió. El cuerpo del capitán salió fuera de la nave hasta el torso, mientras el copiloto hacía lo imposible por agarrarlo.Por suerte sus rodillas habían quedado atrapadas en los controles de vuelo.

La descompresión en la cabina hizo saltar por los aires la consola de navegación, se bloqueó el control del acelerador, lo cual provocó que la aeronave siguiera ganando en velocidad a medida que descendía. Para provocar más caos aún, la puerta de la cabina se abrió de par y par y comenzaron a volar papeles y desechos hacia el habitáculo de los pasajeros.

Mientras tanto, el cuerpo del capitán seguía fuera, dando bandazos y congelándose. El asistente de vuelo, Nigel Ogden, pudo cerrar milagrosamente el cinturón de Lancaster, mientras los auxiliares de vuelo intentaban calmar a los pasajeros, asegurar objetos sueltos y preparar las posiciones de emergencia.

Atchitson no tenía más remedio que comenzar un descenso de emergencia muy rápido, con el fin de alcanzar una altitud que ofreciera oxígeno suficiente, pues el avión no estaba equipado para proporcionarlo a todas las personas a bordo. Volvió a activar el piloto automático que se había desactivado temporalmente y emitió una llamada de socorro.

Había que salvar al capitán que, en esos momentos, tenía medio cuerpo fuera del avión a cinco mil metros de altura. Ogden estaba sufriendo congelaciones y estaba agotado por el esfuerzo de sujetar a Lancaster. Dos asistentes vinieron para ayudarlo.

Debido a la presión de aire en la cabina de vuelo, Atchitson no podía escuchar la respuesta del control de tráfico áreo. Para empeorar aún más las cosas, la dificultad para establecer una comunicación bidireccional provocó un retraso en la información que recibía el 5390 sobre la situación de emergencia y, por consiguiente, un retraso en la aplicación del plan y procedimientos a seguir.

En algún momento, todos pensaron que el capitán estaba muerto, pero el copiloto ordenó a la tripulación de cabina que por nada del mundo liberaran su cuerpo. Temía que  volara y fuera a parar al motor izquierdo, causando a su vez un incendio o un fallo en el motor.

En medio de aquella terrible odisea, Atchitson recibió la autorización del control de tráfico aéreo para aterrizar en Southampton (al sur de Inglaterra). Agarrados fuertemente al cuerpo de Lancaster, se prepararon para la maniobra.

Lo que pudiera llamarse una auténtica escena de película de acción, pero esta vez sin actores ni trucos, el vuelo 5390 de la British Airways aterrizó sin problemas y sin ningún pasajero con lesiones graves. Lancaster fue traslado de inmediato al hospital para tratarlo por congelación y diferentes fracturas en el cuerpo. La valentía de Ogden le provocó dislocación en el hombro, media cara helada y daños por congelación en el ojo izquierdo.

Investigaciones posteriores desvelaron el misterio: un parabrisas de reemplazo había sido instalado 27 horas antes del vuelo. A pesar de la aprobación del gerente de mantenimiento de turnos, 84 de los 90 tornillos de retención del parabrisas eran demasiado pequeños, mientras que los otros seis eran demasiado cortos.

Un error humano pudo haber costado la vida tanto de la tripulación como de los pasajeros de este avión británico que volaba rumbo a Málaga. Lo que algunos llaman destino o suerte quisieron que este acontecimiento, digno de una película de Hollywood, tuviera un final feliz. Todos sobrevivieron para contarlo y, lógicamente, el copiloto Atchenson y el resto de la tripulación fueron condecorados por su valor.