Desde 1876 los tranvías de Milán recorren sus 180 kilómetros de vías aceptando su edad- algunos se acercan a los cien años- pero mostrando su señorío. Transportan al iniciarse el día a los oficinistas desde las renovadas –tras la Expo de 2015- zonas más allá de San Siro hasta los modernos centros de oficinas como la imponente torre Unicredit y el clásico Pirelli; circulan después con algunos forasteros mapa o teléfono en mano para buscar las actividades lúdico turísticas del día; y hacia las once de la mañana aparecen las jovencísimas modelos con su book bajo el brazo y la cara recién lavada que refleja el hambre voluntaria. Alargadas, aburridas, con pinta de rubia ucraniana, exótica brasileña, africana asustada, en busca del agente que la convierta en Top. La aburrida paz de esa hora solo se interrumpe con el sonido de un teléfono que todas buscan en sus bolsos y que solo una contesta con victoriosa sonrisa.

A mediodía ocupan de nuevo el espacio los turistas, satisfechos por la labor cumplida tras la primera visita del día, y las elegantes señoras con sus abrigos y sombreros de loden verde que van rumbo a su paseo por Montenapoleone o Via della Spiga.

Interior tranvía de Milán

Interior tranvía de Milán

Las tardes acogen a una promiscua variedad de empleados de regreso, estudiantes en movimiento y turistas ya agotados. Más tarde, en temporada, la burguesía local se apodera de varias líneas céntricas camino de La Scala, porque en Milán a la Opera se va en tranvía. Antes de que finalice la función regresan las delgadas jovencitas, ya pintadas y con miradas guerreras, camino de los Navigli, el barrio de los Canales, donde también se desplazan los estudiantes ambiciosos con sus mejores galas. Les esperan los ejecutivos de moda y publicidad que han acudido en sus lujosos coches necesarios para la exhibición y, en su caso, transporte del trofeo.

Suscripción

El paso del tranvía con su sonido metálico aletargado rompe el clamoroso silencio de la noche milanesa con su carga de ambiciosos derrotados, parejas esperanzadas y padres de familia ansiosos por llegar a casa.

Y es que en Milán todos usan el tranvía. Por supuesto la ciudad también cuenta con una digna red de autobuses y cuatro líneas de metro, pero lo que otorga el carácter a la ciudad es el tranvía.

Aunque carácter Milán siempre lo ha tenido. Frente a una Roma plebeya y aristocrática, ostentosa y demasiado pintada, Milán es burguesa y recatada. Carece de un Coliseo o de un Foro, pero oculta en sus palazzi, siempre con esplendidos patios, las riquezas de los Armani, Prada, Berlusconi, Versace …

Siempre fue importante por su crucial posición geográfica, incluso al comienzo del siglo V fue efímera capital del Imperio Romano de Occidente, pero intentaba pasar desapercibida. El inmenso Duomo, uno de los templos góticos más grandes del mundo, con cinco naves, solo pudo ver su famosa fachada terminada por la promesa, no cumplida, de Napoleón, cuando iba a ser coronado Rey de Italia de correr con todos los gastos.

Duomo de Milán

Duomo de Milán

La plaza del Duomo y la adyacente Galleria Vittorio Emanuele constituyen el núcleo donde confluyen milaneses y turistas. Los domingos por la tarde, si el tiempo lo permite, es hora de la passeggiata, en la que soldados de gala, carabinieri con bicornio y bersaglier con plumas en el gorro alpino, llegados del sur dan al barrio un aspecto operístico fascinante.

Pero es el románico lombardo el que mejor define la arquitectura religiosa de la ciudad, con la recatada Basílica de San Ambrosio como obra principal. Realizada durante el mandato del famoso Obispo, maestro de San Agustín.

 Durante la Edad Media, la ciudad mantuvo su independencia. Los Visconti primero y los Sforza después la defendieron construyendo el imponente Castello Sforzesco que con el adjunto Parco Sempione la oxigena. Pero la política europea determinó su futuro. Primero Francia y luego España, tras la famosa batalla de Pavía en 1526, ocuparon el poder, permitiendo la autonomía de la Signoria hasta la cesión a Austria en el tratado de Utrecht de 1.713. En la segunda mitad del XIX se integra en la nueva Italia.

Última Cena de Da Vinci

Última Cena de Da Vinci

El más grande de los Sforza, Ludovico el Moro, alojó en su ciudad a Leonardo da Vinci durante veinte años. Aparte de obras de ingeniería, también pudo pintar La Ultima Cena que desde 1498 adorna el comedor de Santa Marie delle Grazie, cercana a Sempione. La inmensa pintura de cinco por nueve metros solo puede ser visitada por pequeños grupos que tienen limitado el tiempo que pueden permanecer en el Cenacolo.

No hay que perderse, tras la visita al Museo de La Accademia en Brera, el aperitivo -allí se toma hacia las siete de la tarde- en los vecinos bares y restaurantes.

En todos los barrios céntricos hay restaurantes de buena calidad y sin demasiadas pretensiones que ayudan a terminar el día con la satisfacción del deber cumplido.