Hace apenas un par de años, cuando todavía estábamos inmersos, pero saliendo de las restricciones de la pandemia; la mayoría auguraron un futuro turístico ideal, sostenible, consciente, natural, etc., pero sobre todo que no volvería más las grandes concentraciones o turismo masificado y menos el sobreturismo; sin embargo, una minoría marcábamos un escenario muy diferente, es decir que este turismo crecería incluso más que antes del 2020, algo que ha sucedido y más de lo que algunos esperábamos.

Puede haber diferentes razones psicológicas y sociológicas que no me atrevo a afirmar porque no soy un experto, pero por sentido común y causada por las anteriores restricciones de movimiento, la gente ha tenido y tiene una necesidad desmesurada por viajar y no le importa tener apenas un metro cuadrado de espacio para disfrutar de la playa, ni tampoco las olas de calor, sequía, precios muchos más altos y demás inconvenientes que tienen que supuestamente sufrir, aunque tengo muchas dudas que sean sufrimientos, sino un mero trámite o coste para conseguir ese tiempo de felicidad tan necesitado.

Ver esas imágenes de playas y destinos abarrotados de turistas y otras que apenas se ven, pero más impactantes, que ocurren en pequeños pueblos, aldeas y espacios naturales, es solo un reflejo de lo que ocurre. Sin embargo, tratando de ceñirme al título de este artículo, el turismo masificado es tan positivo como negativo, aunque pueda resultar paradójico. 

Por lo pronto, parece que una gran mayoría de gente la demanda, quieren salir siempre en los mismos periodos de tiempo, sabiendo que obviamente se van a encontrar con destinos sobresaturados y apenas he leído comentarios negativos por parte de este público y, de hecho, por ejemplo, un destino clásico y para mí emblemático en esta temática es Benidorm, donde más del 74% de sus visitantes repiten y son fieles.

Hace muchos años cuando estaba comenzando mi andadura profesional organizando seminarios y congresos, allá por el 1988 organicé un evento en Almería (Cabo de Gata) y en la conferencia de prensa afirmé que Benidorm era la salvaguardia ecológica del Mediterráneo. La cara perpleja de los periodistas lo decía todo y no entendían nada. Quizás pensaban que había perdido el norte, porque la imagen de ese destino era nefasta, pero siempre defendí que gracias a esta tipología de destino vertical y de masas, se podría salvar el resto del litoral y su hinterland, evitando el desarrollo horizontal y continuo a lo largo de todo el Mediterráneo, algo que lamentablemente ocurrió.

Parece que siempre se ha identificado esta demanda con algo peyorativo y, sin embargo, es capaz de mantener empleos estables y un desarrollo económico y social más que relevante.

Vista de Benidorm desde el Gran Hotel Bali | Foto: Wikimedia Commons (CC BY-SA 3.0)

Vista de Benidorm desde el Gran Hotel Bali | Foto: Wikimedia Commons (CC BY-SA 3.0)


 

 Pues hay 2 tipos básicamente de destinos, los planificados y los oportunistas u obligados a entrar en el sector.


Pero, si la tendencia es la apuesta por la sostenibilidad y la regeneración del entorno, ¿por qué sigue teniendo éxito esta fórmula?. Pues, hay dos tipos básicamente de destinos, los planificados y los oportunistas u obligados a entrar en el sector. Por hacer una comparación, que no es la primera vez, pongamos algunos ejemplos como Benidorm, Venecia, Barcelona o pequeñas aldeas de Asturias, Cantabria, Castilla o cualquier otra región de España o de fuera.

En el caso de Benidorm es un destino de unos 38 km², que recibe aproximadamente 10 millones de turistas al año y tiene una población de unos 37.000 residentes. Siempre fue un proyecto planificado para recibir turistas y ha ido evolucionando, aplicando estrategias de regeneración y sostenibilidad muy acertadas. La percepción negativa de masificación no se aprecia a juzgar por ese 74% de fidelización.

El caso de Venecia, una ciudad destino con un Patrimonio Cultural declarado por la UNESCO y ahora incorporado en la lista de estar en peligro, recibe unos 20 millones de visitantes anuales en una superficie de 414 km² es decir, el doble de turistas en un área 12 veces mayor, una población de 261.000 personas y con una percepción muy negativa de saturación, entre otras variables.

Barcelona, que fue un destino icónico que recibía unos 10 millones de turistas, para una superficie de más de 100 km², es decir, los mismos o menos que Benidorm, pero con unas 2,5 veces más de espacio y con una población de 1,6 millones.

Y, por otra parte, existen muchos núcleos rurales cuya proporción del número de turistas o más bien excursionistas/superficie/población residente es infinitamente mayor, por lo que el impacto negativo es proporcionalmente enorme si se compara. Este un fenómeno que tiene más de una década y que con la pandemia se ha incrementado exponencialmente.

Obviamente, son entornos vulnerables, no planificados ni preparados para acoger números de turistas a los que reciben algunos pocos municipios, que no destinos, inventan fórmulas para gestionar estos impactos como el caso de Zorita de los Canes (Guadalajara), que con apenas 70 habitantes puede recibir 1.000 visitantes al día, algo muy impactante, por lo que decidieron imponer una capacidad de carga, creando un parque fluvial, parking disuasorio cobrando la entrada (10 euros), pero con buenas bonificaciones si los clientes consumían al menos un plato y bebida por persona en el restaurante del municipio.
 

 La turismofóbia precisamente ocurre en aquellos destinos no planificados, no preparados y no estructurados para gestionar la acogida de turistas


Por tanto, el turismo de masas en destinos preparados no solo no es negativo, sino positivo, ya que ayuda a reducir la distribución de turistas a otras zonas más vulnerables o frágiles, siempre y cuando implementen estrategias de sostenibilidad ambiental y social, así como regenerar su área natural o mitigar los efectos del cambio climático, como es el caso de Benidorm.

La turismofobia precisamente ocurre en aquellos destinos no planificados, no preparados y no estructurados para gestionar la acogida de turistas y excursionistas y donde no hay consenso social entre turistas, residentes y oferta.

¿Y cuándo podrá terminar el turismo de masas? Pues seguro que cuando los turistas no puedan comprar o acceder a los destinos, pero no dejarán de existir y será una amenaza para los entornos vulnerables no preparados.


*Arturo Crosby es editor de Natour magazine.