Dentro de algún tiempo, al echar la vista atrás, nos daremos cuenta de que el 2017 fue un año en el que se batieron la mayor parte de los récords turísticos, pero en el que también quedaron claras las deficiencias del sistema.

A nivel nacional, el haber superado a Estados Unidos en número de llegadas fue acogido con gran alborozo por políticos y prensa adicta, en clara contraposición a los que vienen diciendo continuamente que hay que buscar la calidad y no la cantidad. Eso de que ahora somos la segunda potencia mundial turística es la tontería del año. EE.UU. ingresa por turismo extranjero tres veces más que España y el sistema, en su conjunto, es diez veces superior al español, algo lógico dadas las dimensiones de ambos países.

Los datos positivos son numerosos, olvidándonos del menos importante que es el número de llegadas; fuerte incremento de los ingresos, mayor aportación al PIB, más empleo y mejora de la estacionalidad. En el lado negativo: escaso aumento de las pernoctaciones en alojamientos hoteleros, menor estancia media y continuo descenso del ingreso por turista, aunque en este apartado el pasado año ha sido mejor que el anterior. También hay que apuntar en el debe los bajos salarios del sector y la turistificacion de ciertos barrios de algunas ciudades y la consiguiente turismofobia.

Son ya varios los hoteleros que han advertido de que la mayor parte del crecimiento se está produciendo en el alojamiento extrahotelero, con lo que la aportación a la sociedad y la sostenibilidad son menores.

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En Baleares los datos macros son igual de buenos, con tres millones y medio de visitas más que en 2012, es decir un crecimiento del 5% anualizado, pero con un aumento anual en el gasto de solo un 1,27 %. En los últimos seis años, el número de viajes a Mallorca ha crecido un 85%. Las grandes cadenas hoteleras, cinco mallorquinas y una ibicenca, han facturado un 10% más que el año anterior, eso sí, en su facturación mundial.

La apertura, al final, del Palacio de Congresos de Palma está ayudando a la desestacionalización.

El incremento del impuesto sobre pernoctaciones, duramente atacado por los hoteleros, no ha tenido efectos disuasorios. La nueva ley de Turismo juega en principio a favor de estos y de los ciudadanos, al restringir el uso de pisos, casas y apartamentos por parte de las plataformas digitales. Es un paso en el buen camino, pero la defensa de los intereses vecinales obliga a ir mucho más allá. El Ayuntamiento de Palma, ya en el 18 parece dispuesto a hacerlo.

La limitación del número de plazas hoteleras no afectará a los flujos turísticos en los próximos años. El traspaso de la promoción a los Consejos insulares es una medida inocua. La Islas no necesitan más promoción sino una mejor gestión de sus recursos.

El acuerdo entre la patronal y los sindicatos para un incremento salarial de un 17% en cuatro años es el más generoso de todos los que se negocian en España. Además, se han creado treinta mil puestos de trabajo nuevos en los últimos seis años. El sector funciona con tal eficiencia que puede ofertar los precios más caros de España en la hotelería vacacional.

Creo que en 2017 se ha alcanzado el límite en el número de visitas a las Islas, al menos durante la temporada de verano, y que en 2018 ya no pueden crecer las estancias, dado que los hoteles están llenos. Esto propiciará que patronal y Govern acerquen posiciones, en contra de lo que ha sucedido cada vez que las izquierdas ganaban las elecciones.

La coyuntura internacional, con la recuperación de Turquía y Egipto, drenará turistas a los destinos españoles, aunque previsiblemente en los márgenes inferiores de gasto, mientras que el famoso Brexit, que no tendrá lugar hasta marzo del 19, seguirá sin tener efectos a no ser que tenga lugar una fuerte caída de la economía, puesto que ni el gobierno británico pondrá dificultades al disfrute de las sagradas vacaciones, ni el español limitará la llegada de nuestros principales clientes. Ahora se trata no de ampliar las conquistas, sino de gestionar el éxito.