Hace 15 años nació el modelo Airbnb y, desde su eclosión y popularización, se ha convertido en uno de los principales enemigos de la industria hotelera. Son muchas las voces hoteleras que han protestado porque la gran mayoría de alojamientos ofrecidos a través de esta plataforma juegan con ventaja porque compiten directamente con los hoteles, pero no hacen frente a las mismas obligaciones legislativas en lo referente a aspectos como la seguridad o los servicios ofertados.

Esta mayor laxitud en la normativa a la que se enfrenta al alquiler turístico —obviando los casos en los que directamente el alojamiento está fuera de la legalidad— permitía a este modelo ofrecer precios más baratos, lo que era, en gran medida, troncal para su éxito. Pero todo apunta a que el sistema está empezando a fallar si se tiene en cuenta que el propio Brian Chesky, cofundador y director ejecutivo de Airbnb ha admitido en una entrevista con Bloomberg que la empresa no está pasando por sus mejores momentos.

La relación calidad-precio en tela de juicio


Airbnb nació bajo la premisa de que los propietarios de vivienda podían obtener ingresos extra alquilando las habitaciones vacías por breves estancias de tiempo. Los huéspedes estaban dispuestos a renunciar a ciertas comodidades propias de los hoteles a cambio de pagar menos, de la ubicación y de la posibilidad de sumergirse en la cultura local.

Sin embargo, el crecimiento de su popularidad ha atraído a muchos inversores que quieren una rápida rentabilidad y también ha ido asociada a la complejización del concepto y a la aparición de profesionales encargados de servicios como el check in, la limpieza o la supervisión. Todo ello se ha traducido en un aumento de los precios y en la aparición de tasas y recargos que encarecen la factura final y que, en muchas ocasiones, provocan que los precios alcancen e incluso superen a los hoteleros.

Entre ellas la que más destaca es la famosa tasa por limpieza. Y es que muchos anfitriones no solo aplican dicho recargo (que puede ir de los 80 a los 200 euros), sino que dejan reseñas negativas en caso de que el inquilino no haya hecho las camas o fregado los platos.


Habida cuenta de esto y de otros servicios que ofrecen los hoteles y que están incluidos en la tarifa —sin trampas— como los desayunos o la recepción 24 horas son muchos los que están considerando que la relación calidad-precio de Airbnb ya no es un aliciente.

Caen los ingresos: "Airbnbust"


Desde la propia Airbnb son conscientes de la importancia de mantener controladas las tarifas y el propio Chesky ha hecho un llamamiento a los anfitriones para que bajen los precios de sus alquileres.

Y es que existe un temor fundado a que el mercado del alquiler de corta duración esté sufriendo un parón en el mercado estadounidense a consecuencia de la excesiva oferta y las tarifas muy altas, el conocido como "Airbnbust". Este mismo verano fueron muchas las voces que vaticinaron el frenazo y, aunque algunos son más alarmistas que otros, todos coincidieron en que hay caídas.

 

El analista Nick Gerli, basándose en datos de AllTheRooms, apuntó que los ingresos de propietarios en algunas de las ciudades más importantes de Estados Unidos estaban registrando caídas de hasta el 50% en la primera mitad del 2023. Otras, como KeyData refrendan la caída, pero apuntan a cifras más moderadas (una caída media de los ingresos del 3%).

Peor reputación y legislaciones más restrictivas


Más allá de lo meramente económico, la plataforma también sufre un desgaste reputacional. Originalmente, era percibida como una forma de economía colaborativa que aportaba aire fresco a la industria del alojamiento. Hoy es vista por muchos como una de las principales causas de la gentrificación —desplazamiento de su población original por parte de otra de un mayor poder adquisitivo— y del encarecimiento y la escasez de oferta de alquiler residencial.

Al malestar de muchos se suman los problemas de convivencia entre el modelo turístico y el residencial como los ruidos ocasionados por las fiestas a los que la empresa de San Francisco ha intentado poner freno.

El descontento de los habitantes se ha traducido en normativas más restrictivas en numerosas las grandes ciudades como Ámsterdam (Países Bajos), París (Francia) o, más recientemente, Nueva York (Estados Unidos) que han frenado a Airbnb.

En el otro lado de la balanza se encuentran los hoteles, cuya convivencia con los residentes no está exenta de polémicas, pero es mucho más equilibrada y cuyas tarifas han crecido, pero mantienen un alto nivel de demanda bajo el argumento de la calidad. ¿Están ganando los hoteles la guerra al largo plazo?