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"Un surfista nos paró cerca de la playa para que Gorbachov le firmase en una vela de windsurf"

El dignatario se hospedó durante tres semanas de agosto en la mansión real conocida como 'La Mareta’, en la isla de Lanzarote

Mijaíl Gorbachov, dirigente de la URSS fallecido este martes a los 91 años de edad, no solo fue una figura clave para impulsar la llegada de millones de alemanes a España —especialmente a Mallorca—, sino que visitó en 1992 la isla de Lanzarote para disfrutar de unas vacaciones junto a su mujer, Raísa.

El dignatario se hospedó durante tres semanas de agosto en la mansión real conocida como 'La Mareta’, en el polo turístico de Costa Teguise. El inmueble perteneció originariamente al rey Hussein de Jordania, posteriormente fue cedido al rey Emérito Juan Carlos I y, finalmente, pasó su titularidad a Patrimonio Nacional. A lo largo de la historia, la finca ha acogido a importantes dignatarios como la propia familia real española, Václav Havel (expresidente de Chequia), Helmut Kohl (ex canciller alemán) y, posteriormente, se ha convertido en residencia de verano de varios presidentes del Gobierno de España.

Francisco Martínez, presidente de la Confederación Empresarial de Lanzarote y vicepresidente de la Asociación Insular de Hoteles de Lanzarote, ejercía en aquella época de guardián de llaves del lugar. En el año 2013 participó en el programa radiofónico Bungalow 103 ("Vacaciones en Lanzarote: el secreto de los famosos"), y narró una curiosa anécdota que él, como "casero de la casa del Rey", vivió en primera persona con Gorbachov.

"Yo tuve el honor de hacer una caminata todos los días con Gorbachov y señora. Caminábamos casi una hora… La gente nos miraba porque veía un grupo muy raro, con una escolta y demás; además, sabía quien era Gorbachov, porque es un personaje inconfundible. Pero solamente una vez un surfista nos paró cerca de la playa para que le firmase en una vela de windsurf”, comentaba.

El dirigente soviético se sentía especialmente cómodo gracias a la discreción de los lanzaroteños. “Nadie jamás se apelotonó allí a preguntarle. El hombre estaba alucinado de que le dejasen tan tranquilo. Los escoltas iban vestidos con ropa de calle. A pesar de que les reconocían, algunos les aplaudían y demás, pero nadie se tiró a ellos para saludarles y eso lo valoraron muchísimo", relataba Martínez.

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