Opinión
Julio: el mes de la mutación
Julio produce uno de los eventos más curiosos de la naturaleza humana. Una transformación tan inexplicable como fascinante: el antiturista se convierte en turista
Julio produce uno de los eventos más curiosos de la naturaleza humana. Una transformación tan inexplicable como fascinante: el antiturista se convierte en turista. Sin bisturí, sin ritual chamánico ni exposición prolongada a Airbnb. Simplemente, llega el verano... y mutan.
Durante meses, los hemos visto en pancarta permanente: que si la gentrificación, que si el turismo masivo, que si la ciudad es inhabitable. Pero basta con que asome el mes de julio y el fenómeno se activa. Ahora, la marea humana que clamaba contra los turistas se dispersa por el globo, convertida en eso mismo: en turistas. Una diáspora de coherencia líquida.
Mientras las manifestaciones quedan suspendidas hasta septiembre (como si fueran funciones escolares), estos nuevos turistas temporales se reparten entre playas abarrotadas, piscinas comunitarias, terrazas con vistas y free tours de lo más mainstream. Y lo hacen sin pestañear. Pasan de cargar pancartas a cargar maletas con chanclas y pareos. Del “No más turismo” al “¿Queda sitio en la tumbona?”.
Es, sin duda, uno de esos episodios de la realidad que debería analizarse algún día en Cuarto Milenio, junto a las caras de Bélmez y los vuelos de los ovnis. Porque, entre nosotros, hay misterios que la ciencia aún no está preparada para explicar. Y este, el del antiturista veraneante, es uno de los más desconcertantes.
*Álvaro M. Graciani es economista, abogado y consultor turístico en Graciani Asesores y Abogados.
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