Tras mucho tiempo viajando sola por el mundo, y haber tenido una experiencia maravillosa en Escocia durante casi un año, había decidido probar suerte en Londres. Me despedí dramáticamente de mis familiares y amigos en forma de fiestas al no saber cuánto tardaría en volver. Al cabo de dos semanas estaba llamando a mi madre y pidiéndole que me hiciera unas lentejas porque mi vuelo de vuelta salía en unos días. Londres tenía planes, pero yo no entraba en ellos. Aún a día de hoy lo considero la mayor estupidez que he hecho nunca.
Un año después, debido a unos temas bancarios, me vi obligada a viajar en persona allí en el puente de la Inmaculada [8 de diciembre] para cerrar cuentas y aclarar cosas con hacienda. Al comprar el billete estaba desmotivadísima. Aquella ciudad me había recibido con los brazos abiertos y me había escupido violentamente, por circunstancias varias, en pocos días sin dinero ni ilusión. Algo en mí dijo que debía darle otra oportunidad: tras mucho pensar, decidí quedarme unos días e intentar hacer las paces con ella.
Para quien no me conozca, soy una neurótica de los planes, es en parte la razón por la que me acostumbré a viajar sola. Sin embargo, esta vez, no pude ni mirar hoteles. Era mi quinto viaje a Londres, me lo conocía muy bien, y sabía que siempre habría sitio para mí en un hostal cutre. Así que en el autobús desde el aeropuerto a King’s Cross le pregunté al mochilero más cercano cuál era su hostel y lo seguí con su permiso hasta el mismo.
Al día siguiente me puse manos a la obra para solucionar mis problemas allí: hice una visita melancólica a la casa que “podría haber sido” mi casa, a las tiendas donde hice mis primeras compras y el parque por donde entrené aquellos días. Me vine un poco abajo, no os voy a mentir.
Al llegar al hostel esa noche, lloré un poco y bajé a hacerme un té. Instintivamente saqué mi móvil y un cuaderno para ver en qué podía gastar mi tiempo al día siguiente porque faltaba mucho para mi vuelo de vuelta, y escribí una página y media “asuntos pendientes”. Haber podido hacer una lista era una buena señal para mi.
El Londres que pude experimentar en los días siguientes fue un Londres diferente, loco, atrevido, inocente, impredecible, muy intelectual y artístico. Visité una tienda LEGO por primera vez, mi trípode casi me mata al caer de la cesta de la bici y bloquear la rueda delantera, conocí la British Library junto a la que había vivido dos semanas, pude ser alumna de Hogwarts durante unos minutos, un poeta super raro me escribió un poema personalizado por dos libras con tan solo mirarme a los ojos…
Mi viaje resultó tener un final muy feliz aunque durante mi última noche me robaran la tarjeta de crédito y tuviera que volver a casa con menos de una libra en mi bolsillo. Londres no es perfecto, es aventura.