El viaje y la maleta están unidos. La expresión más frecuente antes de iniciar un viaje es ¿has hecho la maleta?

Claro que el concepto de maleta ha ido variando a lo largo de los siglos. Hoy incluso es posible viajar sin hacer la maleta, como los miles de profesionales que cada día van y regresan en avión o en Ave de Barcelona a Madrid, por poner un ejemplo.

La maleta está presente en la memoria colectiva para bien, como el recuerdo de unas vacaciones, o para mal: cómo olvidar las fotos de las familias judías en Alemania esperando su traslado a los campos de exterminio con sus pequeñas maletas o las de los derrotados republicanos camino de la frontera francesa al final de la guerra civil con sus maletas de cartón al hombro.

La maleta vive en la literatura, en el teatro y el cine, en la música —Luis Fonsi con su canción “El corazón en la maleta”— y hasta se convirtió en una disculpa para Gómez de la Serna en sus “Conferencias-maleta”, de la que sacaba los más variados objetos que creaban el motivo de su charla.
 

A lo largo de la historia la maleta ha ido evolucionando como consecuencia de los cambios tecnológicos y sociales"

 

A lo largo de la historia la maleta ha ido evolucionando como consecuencia de los cambios tecnológicos y sociales. Las clases favorecidas, las únicas que hasta hace poco podían viajar, eran las que determinaban el tipo de maleta que debía acompañar al viajero y el tamaño de esta. Fue creciendo y creciendo con los siglos y luego reduciéndose a medida que el avión se convertía en el modo de transporte dominante, hasta prácticamente desaparecer.
 

 

Hoy los ricos de verdad viajan con equipaje de mano y compran en destino lo que necesitan. Como decía un autor de comienzos del siglo XX con relación a los pasajeros de los nuevos buques trasatlánticos: no entiendo cómo, si las mujeres cada vez usan vestidos más escuetos, los baúles tienen que ser más grandes. Hoy diría: una vez hecho el equipaje, quita la mitad y prepárate para gastar el doble.

Hacia el 1.500 A.C., los egipcios —por supuesto los poderosos—, usaban arcones y baúles de madera recubiertos de cuero untado con grasa animal. Eran pesados, pero el dueño no cargaba con ellos. Los que no tenían esclavos utilizaban el pellejo de un animal cosido, zamarra cuando se echaba sobre los hombros o alforjas cuando las cargaban las caballerías. Las mujeres empezaron a usar el bolso, o la bolsa, que se adornaba según los recursos, y los pobres se conformaban con el hatillo.

Los griegos no eran muy dados a las maletas porque no viajaban mucho —viajar ha sido peligroso hasta hace poco— y cuando empezaron a hacerlo, los soldados de Alejandro confiaban en sobrevivir con los recursos de las tierras conquistadas. Algunos romanos, al contrario, no paraban de viajar, especialmente las legiones. Cada legionario tenía que cargar la mochila (sarcina) con sus enseres personales y las vituallas necesarias para mantenerse un par de semanas. Los privilegiados, cuando se desplazaban a sus residencias en el campo o en la costa, seguían usando los baúles. A ellos tampoco les importaba el tamaño y el peso.
 

Maletas de cuero clásicas

Maletas de cuero clásicas

En la Edad Media la aristocracia, y después la incipiente burguesía, seguía usando pesados baúles de madera que cargaban los criados, pero alguna gente humilde empezó a moverse a pesar de la inseguridad de los caminos. Los peregrinos atravesaban toda Europa a pie, por lo que hacía falta un equipaje más ligero, como los bolsones de piel de ciervo. Ya entonces se inicia la industria del lujo y las señoras pudientes se aficionaron a las bolsas de seda con cordones, a veces bordados en oro, clásico del feudalismo.

No cambiaron mucho las cosas en los siguientes siglos. Con el Grand Tour los señoritos ingleses se desplazaban al continente con grandes baúles, algún mobiliario y, los que podían, con sirvientes, un tutor y mercenarios para defenderse durante el viaje. De esa época son las maletas de madera, parecidas a las actuales.

Con la popularización del ferrocarril, especialmente en Gran Bretaña, la maleta se reduce para poder ser transportada en él, aunque el peso no importara tanto por la existencia en todas las estaciones de los mozos de cuerda. Pero la maleta seguía siendo un objeto de lujo. No hay más que observar las imágenes de los emigrantes europeos que llegaban en barco a Estados Unidos para comprobar que muy pocos de ellos llevaban maletas.
 

Las maletas se reducen aún más con la utilización del automóvil particular como medio de transporte"

 

Las maletas se reducen aún más con la utilización del automóvil particular como medio de transporte y, sobre todo, se empiezan a fabricar de distintos tamaños para atender al incipiente turismo familiar.

En la segunda Guerra Mundial se inventa la cremallera, que se aplica inmediatamente a las maletas que, por las necesidades del viaje en avión, se convierten en más livianas y mejor diseñadas, con materiales como la fibra y el plástico.

Pero la revolución no llega hasta los años setenta, cuando el piloto americano Bernard Sadow consigue comercializar la maleta con ruedas. Había patentes desde los años veinte, pero habían tenido poca aceptación. Primero se arrastraba con una cinta y luego con el palo vertical que se usa actualmente. La nueva tendencia tuvo efectos devastadores sobre la industria del lujo, pues algunos de sus objetos fetiches como las maletas o baúles de Louis Vuitton, por ejemplo, sufrieron las consecuencias de la democratización del viaje.
 

Viajeros con maletas de ruedas

Viajeros con maletas de ruedas

La maleta con ruedas es una consecuencia del predominio del avión en los viajes —no solo profesionales, sino también turísticos—, de los largos pasillos en los nuevos aeropuertos y, sobre todo, de la creciente independencia económica y social de la mujer, que empieza a viajar sola y no quiere cargar con excesivo peso.

Con el auge de las compañías de bajo coste y su política de precios, el tamaño y el peso de las maletas se va reduciendo y adquieren protagonismo las mochilas con las que viajan hoy en día hasta los ancianos.

La maleta, tan importante en nuestra cultura, es ya un residuo de tiempos pasados.

 

*Ignacio Vasallo es director de Relaciones Internacionales de la Federación de Periodistas y Escritores de Turismo (FEPET).