Los esfuerzos del arqueólogo alemán Heinrich Schliemann para demostrar que los personajes de la Ilíada no eran míticos y que la Guerra de Troya había tenido lugar empezaron en el Peloponeso, con la búsqueda de la tumba de Agamenón, y culminaron con los conocidos descubrimientos troyanos.

Aunque la península, hoy isla, no es muy grande, las dificultades del terreno y la mala calidad de las carreteras- muchas de ellas en obras-, limitan los lugares a visitar en una semana.

Llegando desde Atenas y tras cruzar el canal de Corinto, nuestro viaje se concentró en la vertiente oriental del golfo Argólico con excursión a Olimpia y Basses, en la parte occidental de la franja central. Esta necesaria concentración geográfica nos permitió visitar los lugares más interesantes, desde un punto de vista histórico.

Los intentos de separar el Peloponeso de La Ática comenzaron ya en el S. VI. AC, pero el canal no pudo abrirse hasta 1.882. Con seis kilómetros de largo y 23 metros de ancho, no es gran cosa técnicamente, pero la profundidad del corte impresiona.

El lugar más adecuado para establecer la base es Nauplio, una de las ciudades más pintorescas de Grecia, con un bellísimo casco antiguo y con gran oferta hotelera a buenos precios fuera de los meses de verano. Situada al fondo del Golfo, permite un rápido acceso a los lugares seleccionados y disfrutar al regreso de la variedad de restaurantes.

A pocos kilómetros, se encuentra la fortaleza micénica de Tirinto. El lugar de nacimiento de Hércules, lugar habitado desde el tercer milenio AC y cuyos impresionantes muros ciclópeos del S. XIII AC nos dan acceso a unas curiosas ruinas poco frecuentadas.

A unos pocos kilómetros al norte, la mítica Micenas; el reino de Agamenón, donde Schliemann encontró no solo su tumba y las de su mujer y asesina Clitemnestra y su compinche Ejisto, sino los fabulosos tesoros de oro que hoy se encuentran en el Museo Arqueológico de Atenas, especialmente la llamada mascara de Agamenón. El único problema es que las investigaciones posteriores demostraron que las tumbas son de un periodo anterior al troyano.

Las tumbas, que se encuentran fuera del interesante recinto arqueológico, son de unas dimensiones espectaculares, especialmente la llamada de Agamenón. Sin duda, las construcciones funerarias más importantes de la época.

En la misma zona y algo al sur se encuentra Epidauros, uno de los lugares sagrados de la época griega clásica, con un teatro en perfecto estado de conservación. La ciudad de Esculapio fue un centro de peregrinación y culto desde la época micénica por sus milagrosas curaciones. Algo que le costó la vida al "dios de la medicina" al ser castigado por Zeus, que le fulminó con su arma favorita, el rayo, por resucitar a los muertos y usurpar funciones de dioses mayores. Como Epidauros es uno de los lugares favoritos de los circuitos turísticos por el Peloponeso, los turistas abundan.

En la vecindad queda Argos, la ciudad de los argonautas que da nombre a la comarca, pero con pocos restos excavados. Carece de interés.

Cruzando hacia el oeste y después de conducir unas cinco horas, se puede pasar la última noche del periplo peloponesíaco en Olimpia. El viaje es difícil por el estado de la carretera, pero interesante para apreciar las diferencias entre la parte oriental, seca y parecida a nuestra costa mediterránea; y la occidental, verde y lluviosa como nuestra vertiente atlántica. Antes de llegar a la ciudad de los juegos, merece la pena hacer un desvío de varios kilómetros de montaña por una difícil carretera para ver el templo de Apolo en Basse, verdadera joya del periodo clásico. El templo mejor conservado en su género, junto al de Epheiston en el Ágora ateniense. La tranquilidad está asegurada pues los autobuses turísticos no se aventuran hasta ese inhóspito lugar a más de mil cien metros de altura. Los expertos atribuyen la autoría a Itkimos, el mismo del Partenón. Sus magníficas columnas son dóricas, mientras que los extraordinarios relieves se encuentran en el Museo Británico de Londres, como tantas joyas de la Grecia Clásica.

Olimpia es el lugar más turístico del Peloponeso. La ciudad nueva está constituida por cuatro calles llenas de hoteles y restaurantes. Hay que permanecer en ella lo mínimo posible. El recinto arqueológico es amplio y bien mantenido, pero la joya del lugar está en el museo local, una estatua de Praxiteles representando a Hermes, que bien merece el viaje.

Para volver a Atenas y finalizar el viaje, hay que desandar el pesado camino hasta Trípoli para enlazar con la autopista.