Las principales empresas del mundo, como Google o Facebook, no poseen activos físicos. Lo mismo ocurre en el campo del turismo con Airbnb o Expedia. Son plataformas tecnológicas que ponen en contacto oferta con demanda.

Sin embargo, en esta crisis sin precedentes, se ha puesto de relieve que algunas compañías cuyos activos se basan en el ladrillo, han aguantado mejor que otras que carecían de él.

Son numerosos los turoperadores que han quebrado en estos últimos años, algunos tan ilustres como Thomas Cook, pero ni una sola sociedad hotelera de renombre se ha quedado en el camino.

En el origen del turismo de masas en España, allá por los años 50, los entonces pequeños hoteleros, especialmente los de Mallorca, financiaban su exitoso crecimiento con cupos de habitaciones, a veces todavía en fase de construcción, a los turoperadores que pagaban por adelantado. Los turoperadores procedían de países ricos con monedas fuertes, mientras que las empresas locales dependían de la humilde peseta en la que se basaban los contratos, lo que era origen de diversas disputas con motivo de las frecuentes devaluaciones.
 

Barcelona, sede de dos nuevos hoteles de lujo

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Algunos pasaron del noviazgo al matrimonio como TUI y RIU, que ya en 1976 crearon la sociedad conjunta RIU Hotels and Resorts, al 49% y 51% respectivamente, y la hotelera entraba en el capital social del turoperador.

El “establishment” turístico español estaba convencido de que el poder residía en el intermediario que podía influir en la dirección de los flujos.

En los años 80, comenzó la internacionalización de las entidades hoteleras españolas, en realidad mallorquinas, primero en el Caribe y después en Asia y Europa, lo que disminuyó el poder del turoperador. Unos optaron por seguir vendiendo a través de sus socios, como Iberostar o RIU, mientras que otros, como Meliá o Barceló, dieron preferencia a sus propios canales.

Algunos que también tenían agencias de viajes –en realidad su origen estaba allí– se desprendieron de ellas, en una operación que hoy se ve como magistral, y se centraron en los hoteles.

Ahora la situación ha cambiado y el que antes parecía el socio débil ha demostrado ser el fuerte.
 


El primer turoperador mundial, TUI, dominante en la mayor parte de los mercados europeos bajo diferentes marcas, ha tenido que recibir ayudas públicas del Gobierno alemán por importe de casi 5.000 millones de euros, lo que le da derecho a controlar el 25% de la empresa. Y eso tras la ampliación de capital social en 500 millones y la emisión de bonos convertibles por 400.

RIU, que ya había invertido 19 millones para mantener el 3,6 % del capital de la matriz del grupo, acudió de nuevo en ayuda del gigante herido, comprometiéndose a comprar por 670 millones la parte alemana de una de las empresas que tienen conjuntamente, propietaria de 19 hoteles y dos propiedades. Un consorcio de bancos financiará la operación.

La empresa mallorquina gestionada por la tercera generación de la misma familia optó desde el principio por el modelo patrimonialista. De los cien hoteles que gestiona, solo ocho no los tiene en propiedad de la empresa, de la familia o junto con otros socios.

Cuando se avista el final de esta crisis, el ladrillo es el poder dominante de la nueva situación.