El pueblito de Culross es uno de esos pequeños rincones del mundo en los que parece que nunca ocurre nada. El tiempo viene medido por el cantar de los gallos y por los gritos de las campanas de la única Iglesia que acoge la fe de los locales. Es un sitio de esos, tan pequeño, que te hace sospechar que todo el mundo sabe que has llegado; dónde te hospedas; a qué has venido y por cuánto tiempo. Les juro que quedan sitios así porque yo lo vi; yo estuve allí. Os lo cuento.
Hace un año cambié todos mis planes. Dejé mi tierra, mi trabajo, mi coche e incluso dejé de compartir algunos besos con un muchacho. Aposté a una única carta: Escocia. Unos meses antes, había realizado una visita al país y un llanto en tren, sin motivo aparente, me dijo: "Alba, ven" —¿Sabíais que Alba en gaélico, significa Escocia?— y aquí me he quedado.
Una de las cosas que más me ha aportado este país es su habilidad para contar historias. Escocia ha sacado una versión de mí que en el resto del mundo solo se rasgaba sin llegar a salir del todo. Me encanta escribir y aquí lo hago a diario sin esfuerzo. Así que persiguiendo una leyenda, el último diciembre decidí pasar unos días a solas en Culross, un pueblito de la costa del condado de Fife, considerado uno de los más bonitos de Escocia.
Desde muy pequeña he sido un bicho solitario. La vida nunca me ha asustado en soledad como tampoco lo hace la idea de cargar maletas y destinos por mi cuenta. Soy joven, mujer y tengo cara de niña así que soy propensa a que me ocurran todo tipo de desgracias incluso en los sitios donde nunca ocurre nada. Pero…. no está entre mis planes dejar de hacer cosas por miedo. Y necesitaba hacer este viaje porque perseguía una leyenda de la que quería escribir.
Lo bueno de elegir la soledad cuando viajas es que los dictados de tu ruta los hace el corazón. ¿Qué fue lo que hizo distinto a este viaje? El silencio. La pausa. La calma. Lo puro y sano que es el tiempo cuando no piensas en nada más que estar "aquí y ahora". Si me llevé algo de este sitio fue un punto y aparte; un espacio; una coma, un tiempo empleado para saber que las cosas importantes son las que hacemos cuando nadie nos ve; cuando nadie nos oye; como cuando está todo en silencio, cuando no puede ocurrir nada a tu alrededor aunque dentro de ti ocurra de todo. Ahí estás tú, tu vida y tu esencia. Y en mi caso, la pluma no dejó de escribir en tres días y medio hasta que cogí el tren de vuelta.