Destinos

Islandia: el país de la gente oculta

Los islandeses creen firmemente en los elfos y por nada del mundo perturbarían su paz

En una calle empedrada de la parte antigua de la ciudad de Reykjavík es posible encontrarse con un elfo que anda haciendo de las suyas sin que nadie se dé cuenta. Son sigilosos y pueden colarse a hurtadillas en un bar y robar una jarra de cerveza, o entrar en una pastelería y engullir un trozo de tarta sin que sus empleados se percaten de ello.

Los islandeses creen firmemente en estas criaturas llamadas también “gente oculta”. Si van a construir un edificio en el centro de la ciudad y se encuentran una piedra gigante en su camino, no se atreven a moverla. Se supone que allí tienen su casa los elfos y por nada del mundo perturbarían la paz de unos seres que podrían ser muy vengativos.

Según relatan viejas historias, los elfos (Huldufólk en islandés) se volvieron invisibles a los ojos de los humanos porque, cierto día, Dios se acercó al Jardín del Edén para visitar a Adán y a Eva y conocer a sus hijos. Coincidió con el momento del baño y Eva se afanaba en dejarlos brillando como el oro. Avergonzada ante la idea de que el Señor los viera sucios, escondió a los que todavía no se habían duchado y le enseñó solo los que estaban relucientes. Dios le preguntó a Eva si tenía más hijos y ella le respondió que no. Pero, como el Todopoderoso era omnipresente, supo lo que realmente estaba sucediendo. Muy serio, sentenció que aquellas criaturas que Eva había negado, permanecerían ocultas a los ojos de los hombres.

Aunque yo era una viajera que venía de muy lejos y ponía mucha atención en todo lo que se movía a mi alrededor, jamás pude ver a estos seres escurridizos y traviesos. Muchas veces escuché ruidos extraños a media noche, portazos, silbidos, algún lamento tal vez. Al encender la luz, alguna silla se había movido de su sitio o faltaba un trozo de pan que había dejado por descuido sobre la encimera. Sin embargo, ni rastro de la gente oculta. Habían aprendido muy bien el arte de esconderse de los ojos indiscretos, o quizás había que ser una especie de “elegido” para interactuar con ellos.

En cierta ocasión, leí en la prensa que la construcción de una nueva carretera en Islandia tuvo que suspenderse, mientras se encontraba una solución al problema de que la ruta planeada iba a importunar a los duendes o elfos que vivían debajo de las rocas. La reportera de la BBC le preguntó a Petur Matthiasson, en el departamento de autopistas en Reykjavík, si creía en los elfos. En principio lo negó, sin embargo en su ordenador estaban desplegados los planes de una nueva carretera en una ciudad vecina. Dentro de un círculo amarillo podía leerse: “Iglesia de los duendes”. El buen señor suspiró y confesó: “Muy bien. Pero, no todos los días desviamos autopistas debido a los duendes. Es solo que, en este caso, nos avisaron que estas criaturas están viviendo en una de las rocas que están en la ruta de la carretera y nosotros tenemos que respetar esa creencia”.

Cráter Kerid, al sur de Islandia

Para que el lector se haga una idea, las encuestas indican que más de la mitad de los islandeses cree en los Huldufólk, o al menos piensan que es posible que existan. Contrario a lo que se pueda pensar, no son los típicos duendes pequeños, verdes y de orejas puntiagudas que hemos visto en alguna que otra película. Son del mismo tamaño que una persona de estatura normal, sin embargo, como dijera el autor del Principito, “son invisibles para los ojos”.

Normalmente son pacíficos, pero si a alguien se le ocurre usar dinamita y destruye sus casas o iglesias de piedra, seguramente mostrarán su descontento. El propio funcionario de carreteras le contó a la periodista que algunas historias daban fe del daño causado por los elfos en buldóceres y de los accidentes sufridos por los trabajadores.

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Dýrahólaey, playa en el sur de Islandia

En el frío e indomable paisaje islandés todo es posible. Por eso yo siempre mostré un gran respeto por esta creencia y jamás moví una piedra de su sitio. Un amigo chileno que vive en Islandia me contó recientemente que, cuando estuvo de visita en su país, le llevó a su tía un singular suvenir que representaba un duende con un casco vikingo. A la señora le pareció gracioso y lo puso en la puerta de la nevera. Por esos días, ella y su hija sufrieron caídas y otros accidentes domésticos que ocurrieron en extrañas circunstancias. Muerto de risa me preguntó si quería llevármelo y le dije que yo estaba en paz con los elfos, que aceptaba con gusto el regalo. 

Mar de lava en el sur de Islandia

Muchos afirmaron que la erupción de aquel volcán, cuyo nombre nadie podía pronunciar y mucho menos conocía su significado, que paralizó el tráfico aéreo europeo en abril del año 2010, fue el resultado de la rebelión de un grupo de elfos, cerca del lugar donde el gigante que escupe lava observa atentamente a las islas del sur de Islandia: las Vestmannaeyjar.

Volcán/Glaciar Eyjafjallajökull

A mí me gusta pensar que un fenómeno tan peculiar y hermoso como es la aparición de la Aurora Boreal, lo provocan los elfos cuando se enamoran. Tal vez en esas noches frías, de cielo despejado, se transforman en serpientes multicolores y sus almas se elevan y ejecutan una danza amorosa. El macho intenta seducir a la hembra cambiando constantemente el color del traje. Quizás Freyja, la diosa del amor, la belleza y la fertilidad es el artífice de tan espectacular acontecimiento. Cualquier cosa es posible en una isla remota, donde el paisaje es el personaje principal de la historia y donde glaciares y volcanes conviven en perfecta armonía.

Hasta el famoso Papá Noel queda excluido de la tradición navideña islandesa. Trece son los jólasveinar (en este caso se dice que son trolls) que bajan de las heladas montañas, uno cada noche, trece días antes de la Navidad, para hacer travesuras en las casas y dejar regalos a los niños que pongan sus zapatos en las ventanas, con la condición de que se hayan portado bien (los desobedientes reciben solo papas). Su madre es una señora con apariencia de bruja, de nombre Grýla: una criatura terrorífica que anda con un saco a la caza de los niños que se portan mal. Leppalúdi es su marido y no es tan feo como ella, pero sí muy perezoso. Siempre los acompaña un gato negro y malhumorado, de enormes y afilados colmillos.

Jökulsárlon, lago del glaciar Vatnajökull

Mientras termino de escribir este artículo, de repente las últimas letras han desaparecido de la pantalla del ordenador, y he tenido que volver a escribir el último párrafo. La luz de la lamparita parpadea y un viento frío, en pleno agosto, me ha puesto los pelos de punta. Tengo la rara sensación de que una presencia invisible me observa desde una esquina de la habitación. El elfo con el casco vikingo que me regaló mi amigo chileno no está en la puerta de la nevera. Algo muy extraño está ocurriendo. No sé si mover una piedra en otro lugar del planeta pueda despertar la ira de los elfos islandeses. Creo que ayer me traje a casa una roca volcánica que me encontré paseando por una playa de la isla de Gran Canaria. Quizás sea prudente devolverla a la naturaleza antes de que algún volcán dormido comience a escupir lava y cenizas, y provoque el cierre del espacio aéreo europeo nuevamente.

Lengua del glaciar Svínafellsjökull

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