Ruido, demasiado ruido es lo que ha habido hace algunas semanas en redes sociales y en medios de comunicación sobre el fenómeno denominado ‘turismofobia. Si bien todas las opiniones son respetables, o por lo menos deberían serlo, asistimos a un debate con una fuerte carga emocional y muy poca carga racional. Vemos como todo el mundo parece ser experto en turismo y construye ‘su realidad’ a partir de ‘su experiencia’ como turista o como usuario y, a partir de ahí, crea reglas universales por las que parece regirse este sector. Yo creo que el hecho de viajar en avión no me convierte en un experto en el sector de la aviación comercial o en el diseño aeronáutico, pero parece que en turismo, al igual que de fútbol y de medicina, todo el mundo opina.

Vaya por delante mi más enérgico rechazo a quienes se toman la justicia por su mano y atentan, en nombre de no sé qué ideales, contra intereses turísticos de ciudades y destinos españoles y ponen al turista en el punto de mira como si fuese el problema. Sin que nadie se lo haya pedido, se autoproclaman defensores de un modelo económico y social que, según ellos, debe prescindir de aquello que nos ha permitido superar un atraso económico endémico en este país. No ha sido el denominado ‘turismo tradicional’, basado en un modelo hotelero y extrahotelero y en la separación de usos del suelo, el que está generando estas violentas reacciones por parte de algunos impresentables. La reacción viene, en algunos casos, por la mezcla de dos perfiles incompatibles: turistas y residentes. No son lo mismo porque sus necesidades y deseos son diferentes.

He leído también algunos artículos de opinión de periodistas que cargan sus tintas contra el único sector que nos ha permitido sacar la cabeza fuera del agua en el océano de la reciente crisis y parece que ahora vale criticarlo todo porque todo es una basura; que si los hoteleros “se lo están llevando crudo”, que si los trabajadores están explotados, que si los salarios son bajísimos, que solo servimos para ser los “camareros de Europa” y no sé cuántas lindezas más. No voy a negar que no haya casos como los que se plantean pero, al menos, en el ámbito que conozco, si los hay, son la excepción y no la regla. Y como es difícil llegar a entendimiento desde los extremos, vayamos por partes.

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Partiendo de la base de que todo es mejorable, no puede aceptarse que se hagan afirmaciones como que “el personal de los hoteles se desloma a trabajar por 700-800 euros al mes”. Eso es radicalmente falso, porque existe un convenio colectivo provincial y unos pactos salariales de empresa que lo prohíben y lo desmienten y sólo hay que mirar las tablas salariales y los pactos aprobados para comprobarlo. Por supuesto que los salarios se pueden subir más y así espero que ocurra, pero afirmar que se pagan salarios de miseria, lo siento, pero no es cierto. En nuestro convenio, en los últimos tres años los salarios han subido un 4,5% –en un contexto de inflación negativa– y queda aún una subida para el último año de vigencia del convenio para el período 2018-2019.

Otro de los comentarios que molestan especialmente es que se critique nuestra dependencia del sector servicios y más concretamente del turismo, como si trabajar en turismo fuera indigno y todos debiéramos aspirar a ser ingenieros. Pues no, señores, porque incluso las economías basadas en el conocimiento –que algunos dicen que es a lo que Canarias debe aspirar–, necesitan jardineros, personas que limpien las calles y recojan la basura, carteros, camareros y otras muchas profesiones tan dignas como las que más. Porque no hay trabajos indignos sino personas que hacen indignos los trabajos. Creo que detrás de tal afirmación hay un cierto complejo de inferioridad por parte de quienes la hacen. ¿Qué problema hay en trabajar en turismo? Esforcémonos por ser los mejores en aquello que podemos serlo, ofreciendo un servicio de alta calidad para que quienes nos visiten nos recomienden y repitan. Si somos los mejores se pagará más por venir y eso tendrá una influencia directa en que se paguen mayores salarios, lo que es básico para reactivar el consumo interno.

Por supuesto que debemos aspirar a tener una sociedad más formada, más productiva y con salarios altos, pero si nos fijamos en modelos que puedan servir de inspiración –salvando las grandes distancias como puede ser Singapur–, hay que recordar que empezó su transformación hace 50 años para llegar a ser lo que es hoy, uno de los países con mayor renta per cápita del mundo y un modelo de economía del conocimiento, siguiendo un modelo de crecimiento económico planificado desde muy largo plazo. ¿Estamos dando los pasos correctos en materia de educación, innovación, apoyo a la emprendeduría, etc. si queremos acercarnos a ese objetivo?Cada uno que se responda. ¿Y qué hacemos hasta que dichos cambios se vayan produciendo? ¿A qué nos dedicamos? Yo propongo que sigamos haciendo cada vez mejor lo que ya sabemos hacer bien, que es ofrecer productos y servicios turísticos.

 

Artículo originalmente publicado en el blog de Ashotel.