La imagen de España alcanza su punto álgido en 1992, con los Juegos Olímpicos, la Exposición Universal en Sevilla y tras la entrada en la Unión Europea. Cientos de millones de  personas vieron en televisión y millones en persona, un país nuevo, moderno, joven y eficaz. Barcelona se convirtió rápidamente en una de las ciudades más interesantes del mundo y en modelo para otras muchas. La imagen de Barcelona y la de España  se integraron perfectamente. Barcelona representaba mundialmente a España.

Esa imagen positiva se mantuvo con los altibajos normales hasta que en las profundidades de la crisis para la prensa europea dejamos de ser trabajadores para convertirnos en vagos latinos que intentábamos aprovecharnos de los nórdicos trabajadores y ahorradores, PIGS nos definió ‘The Economist’ en un acrónimo que incluía también a Portugal  Italia y Grecia, países fuera de la órbita protestante, que se han gastado el dinero en vino y juergas. En julio de 2012 el mismo ‘The Economist’ saca esa portada del toro humillado, que un diputado nacionalista pretendió hacer pasar como actual,  y en la que la S de Spain se cae para dejar solo ‘pain’ o dolor. En Francia Liberation  encabeza “Perdidos” y en Estados Unidos el New York Times publica en primera, en septiembre del mismo año, el reportaje ‘España austeridad y hambre’, que incluye fotos de un hombre buscando comida en un contenedor de basura o de una familia esperando su desahucio y cita un informe de Caritas que indicaba que  había un millón de personas  que pasaban hambre. Afloraba esa hispanofobia latente aún en tantos anglosajones. 

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A partir de 2015, cuando las medidas de austeridad empiezan a tener efectos macroeconómicos, España crece más rápido que el resto de los países de la UE y el turismo bate récords, la imagen mejora. España es además un país seguro, valor al alza tras los atentados en varias ciudades europeas. 

Los sucesos de agosto en Barcelona tuvieron solo muy ligeras consecuencias negativas sobre la imagen a pesar de que hubo víctimas de países con influyentes medios de comunicación.

Pero todo saltó por los aires el 1 de octubre. Los cientos de corresponsales destacados a Barcelona para cubrir el ilegal referéndum se encontraron con el regalo de unas cargas policiales muy fotogénicas y compraron inmediatamente el relato que los independentistas llevaban años intentando vender. “El Gobierno de Madrid se comporta como el de Franco”. El resumen es “Violentos policías españoles golpean a indefensos ciudadanos catalanes que intentaban ejercer pacíficamente su derecho al voto hiriendo a 900”. Todo ello, acompañado de fotos truculentas, con niños y ancianos, algunas verdaderas, otras ‘fake’. 

El nacionalismo consigue así asestar el mayor golpe a la imagen de España desde los tiempos del Saco de Roma en 1527. El Gobierno no combatió en este frente. Su batalla, que sin duda ganó, era y sigue siendo la jurídica, ganó la batalla de la ley, pero perdió la de la imagen.

Hasta ahora la imagen dominante de una ciudad o una región se había integrado perfectamente con la general de España, Barcelona en el 92 o Andalucía durante el romanticismo; pero por primera vez se crean dos imágenes distintas y contrapuestas: la de España y la de Cataluña. Ambas han quedado tocadas. Ante gran parte de la opinión pública mundial la España dura e inflexible somete violentamente a una Cataluña oprimida en su cultura y en su democracia, pero Cataluña es incapaz de convencer a sus propias empresas de las bondades de la independencia y resulta que también hay catalanes que no la quieren y salen a la calle; la UE no quiere ni oír hablar y el President  se hace seguidor de Groucho Marx en un discurso memorable para la prensa mundial. Y como ya se sabe que las manifestaciones suelen ser el inicio de algo desconocido, sobre todo si hay tantos heridos, los turistas piensan que mejor es dejar el viaje a Barcelona para otra ocasión.

En Francia Charlie Hebdo titula su reportaje sobre el asunto ‘Los catalanes son más tontos que los corsos’. Claro que antes habían vendido bien su mercancía averiada consiguiendo que la prensa comprara los resultados amañados del referéndum o la triste historia que un diputado del PDeCat le vendió al corresponsal del ‘Financial Times’, de que cuando era pequeño y vivía cerca de la cárcel modelo podía oír los gritos de los nacionalistas torturados -se ve que los del POUM, los de la CNT o los del PCE gritaban en español-. Cuando se entere de que la mayor parte de los nacionalistas pasaron a Francia o se pasaron a Franco, con Cambo al frente, ya estará destinado en otro lugar. Todos hemos perdido.