Al aterrizar en Landvetter, el aeropuerto de Gotemburgo, a finales de julio, se huele ya ese fin del verano por las numerosas familias que regresan de las vacaciones.  Antes de montar en el autobús que te lleva al centro, tienes que comprobar que llevas tarjeta de crédito que es la única forma de pago, como en tantos lugares. Suecia va camino de ser la primera sociedad sin metálico. Con tarjeta se paga prácticamente todo, incluidos los lavabos en las estaciones de transporte, o en los grandes almacenes, en cuyas puertas ya no existen las ranuras para meter las monedas, sino lectores que al pasarla nos indican que nos han cargado cincuenta céntimos o diez coronas. También en las Iglesias donde la limosna se recoge por swish, el pago por teléfono que usan casi todos los suecos.

En esta época del año el tiempo es variable, como no dejan de recordarlo los constantes comentarios en la radio y en la televisión. Pero los locales no se rinden y, a 17 grados, siguen con pantalones cortos y camisetas sentados al aire libre, almorzando en las terrazas, esperando que el ligero orvallo no se convierta en lluvia y que al día siguiente luzca el sol como han anunciado. Así fue y la ciudad se convirtió en un escándalo de alegría y hedonismo. Muchos se dirigieron a los numerosos puertos deportivos para  disfrutar con sus barcos de un día en el fabuloso archipiélago- Suecia es el país del mundo con más barcos por habitantes-, mientras que los demás,  especialmente los turistas,  disfrutábamos de la ciudad paseando por Avenyn, la avenida de dos kilómetros de largo y más de cien metros de ancho, que va desde el canal a Gotaplatsen, la plaza  de Gota y en la que se concentran bares, restaurantes y hoteles. La plaza, presidida por una estatua de Poseidón, obra de Karl Milles y símbolo de la ciudad, esta bordeada por el Museo de Bellas Artes, con la mejor colección de arte nórdico de Escandinavia, que dejamos para un día gris, la Sala de Conciertos y el Teatro Municipal. Es el alma de Gotemburgo.

Suscripción

Gotemburgo es una ciudad de escasos seiscientos mil habitantes. Allí se encuentran los pintorescos barrios de Haga, con sus calles peatonales y sus casas con bases de piedra y construcción de madera y Linnestaden, con sus pequeños restaurantes y cafés.

Los que posean los recursos querrán probar alguno de los siete restaurantes con estrella Michelin, pero para una experiencia local hay que ir al Saluhallen  o Mercado Central, en el que aparte de todos los previsibles productos hay más de cuarenta puestos que ofrecen variedad de comidas, sin que falte el marisco y el pescado local. En la ribera del canal y camino del puerto que es el mayor de Escandinavia- el Atlántico a esa altura no se congela en invierno- se encuentra la Ópera, construida en 1994 y uno de los edificios emblemáticos de la ciudad.

Gotemburgo fue construida en 1621 por ingenieros holandeses que huyeron de su país por motivos religiosos, en terrenos con similitudes con los de su país y con la técnica de los canales, algunos de los cuales perviven.

Desgraciadamente la mayor parte de los 60.000 estudiantes universitarios no han regresado, privándonos de esa fuerza juvenil que tanto se nota durante el curso académico. Ninguna otra ciudad nórdica tiene tantos. Pero irán regresando para no perderse la Kulturkalaset, el festival popular que se celebra la segunda semana de agosto y que con la fiesta de los cangrejos, durante el fin de semana, marca el fin del verano y el regreso en esas fechas a los colegios y facultades- las oficinas, las fábricas y la Administración ya funcionan con normalidad desde el inicio del mes.

El que haya seguido cualquier medio de comunicación- en Suecia no existe la prensa digital, sino las ediciones digitales de los diarios- quedará fascinado por las dos serpientes del verano. Un fallo en los archivos de la Agencia de Transportes, gestionados por IBM, que se ha llevado por delante a dos ministros y a punto estuvo de obligar a dimitir a todo el Gobierno, y el escándalo de Anders Borg, el prestigioso ministro conservador de Finanzas en el anterior gobierno, con arito en la oreja y su cola de caballo ya cortada, que expuso sus genitales en una fiesta privada y llamó putas y zorras a alguna de las asistentes.

Camino de vuelta, acuérdese de que no podrá comprar  alcohol en el aeropuerto si viaja a un país de la UE y que los arenques los debería haber comprado en el Saluhallen porque allí tampoco los venden.