En la apasionante película El año en que vivimos peligrosamente el joven periodista australiano, interpretado por Mel Gibson, se ve desbordado por los acontecimientos que tienen lugar en Indonesia en 1965, con motivo de la insurrección comunista contra el Presidente Sukarno. La realidad resultó mucho más compleja de lo que él pensaba.

A muchos periodistas les ha ocurrido lo mismo este año que acaba de terminar, con la evolución en España de la “industria de la paz”. Después de un extraordinario 2017, el mejor de la historia, y con la recuperación de Turquía, Túnez y Egipto, tocaba devolver a los “turistas prestados”, unos tres millones anuales, y no asustarse ante la caída de las cifras. La vuelta a la normalidad fue el relato preventivo de autoridades y del sector, que insistían en que había que centrarse más en la calidad del turismo -es decir en lo que gastaban- que en los números de visitantes.

Sin embargo, cuando la realidad llegó con los datos de julio (una caída del 5%), muchos periodistas no pudieron resistir la tentación de gritar que ya se habían abierto las puertas del infierno: “Los peores augurios ya se están cumpliendo”; “La gente extranjera ha decidido dejar de venir a España”; “El peor julio de los últimos diez años”; “Las cifras de julio son un rejonazo muy serio al futuro del país”; “Las previsiones no son más halagüeñas”; “El lobo ha dejado de pastar en los montes”.

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Turistas observando la puesta de sol en Barcelona

Sin embargo, las patronales del sector no perdieron los nervios y aseguraban, según avanzaba el verano, que los datos de ocupación y de ingresos por habitación eran correctos, mientras que las autoridades ponían el foco en el gasto de los turistas y especialmente en el gasto por día, superiores a los del año anterior.

Fuimos pocos los que íbamos incluso un poco más lejos, para asegurar que 2018 iba a ser “un magnífico año turístico, en el peor de los casos el segundo mejor de la serie” y que “era pronto para llorar por el turismo”, según escribí yo mismo en El Economista. La realidad, no tan complicada a fin de cuentas, es que dejaron de venir familias inglesas y alemanas de poco gasto por persona, que escogieron los mejores precios y buena calidad de la oferta turca. Una gran parte usaban lo que en las encuestas del INE se denomina alojamiento no de mercado, unas diez millones de personas a lo largo del año que aseguraban falsamente alojarse gratuitamente en casas de amigos y familiares, cuando la realidad es que la mayor parte de ellos alquilaban y pagaban el alojamiento en origen a los propietarios locales, al margen de la hacienda española. Si se van los que gastan menos, estadísticamente los que sí vienen gastan más.
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Las circunstancias negativas que dificultaron el verano -mundial de futbol, calor inusitado, caída de la libra y del rublo etc.- terminaron con el final de las vacaciones escolares y el otoño resultó especialmente exitoso hasta el punto de tapar el agujero anterior y permitir que el año termine igual que 2017.

Frente a los que lloraban por la ausencia, también surgieron los que lo hacían por el exceso. La prestigiosa revista Skift calificaba a 2018 como el año del Overtourism y no solo en España, ya que Islandia recibió ese año más de tres millones de turistas, diez veces su población. Sobreturismo, también, fue seleccionada por la Fundéu BBVA como una de las doce candidatas a la palabra del año. Algunos descubrían que lo que menos les gusta a los turistas es el exceso de turistas. “El turismo está devorando todos los lugares bellos”, “genera muchos beneficios privados y muchas pérdidas sociales”, “las maleducadas hordas invasoras”. Todos buscamos playas desiertas, pero dejan de serlo en cuanto las encontramos. Mientras, la palabra estrella del año anterior, turismofobia, ha perdido fuerza.

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Port de Sóller, Mallorca

Aunque ni a unos ni a otros les guste, este año que acaba de terminar ha sido muy bueno. Han  mejorado los ingresos, el empleo, el tráfico aéreo, la estacionalidad y se ha mantenido la ocupación hotelera, especialmente por el turismo nacional. Algunos mercados de alto gasto, como el americano, han crecido con fuerza. Sin embargo, hemos crecido menos que nuestros competidores y, por supuesto, que en años anteriores, por lo que perdemos cuota de mercado y han sonado las campanas avisando de las dificultades que nos esperan en este año que comienza: touroperadores con reservas a la baja y la realidad del Brexit con la más que posible caída de la libra. No obstante, no habrá caos aéreo como pronostican los que esperan que este año se cumpla lo profetizado para el anterior, el conjunto del sector está teniendo unos resultados extraordinarios que se mantendrán con el petróleo barato.

Lo más lógico es que sigamos perdiendo cuota de mercado tenuemente, pero con el sector en crecimiento en todo el mundo mantendremos las cifras otro año más.