“Si queremos que todo siga igual es necesario que todo cambie”, le dice el joven Tancredi a su tío, el Príncipe de Salinas, para justificar su adhesión a la causa “garibaldina”. En el sector turístico español, la última década ha sido “gatopardiana”, porque todo ha cambiado para poder seguir igual.

Todo ha cambiado en la aviación, desde que las compañías de bajo coste dieran el sorpasso a las tradicionales al comienzo de la década, pero al final, Iberia y su grupo, si incluimos ya a Air Europa, se han hecho de nuevo con el control del mercado español, especialmente el de largo radio y, con el permiso de Ryanair, en el corto.

Todo ha cambiado en el mundo del alojamiento, con grandes inversiones hoteleras, tanto en nuevos hoteles de alto nivel -pocos- como en mejora de los existentes, tanto por parte de empresas españolas como de extranjeras. Pero el número total de habitaciones en el mercado ha variado poco. Casi todo el aumento de capacidad se debe al alojamiento no hotelero.

En el campo de la intermediación, Internet, que iba a dar el poder al cliente, se lo ha devuelto al intermediario. Solo las grandes cadenas hoteleras tienen un buen porcentaje de reservas a través de sus propios sistemas, mientras que el resto dependen de Booking o Expedia. Las agencias españolas han tenido que fusionarse para sobrevivir.

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Avión de Iberia

Las cifras de llegadas de turistas extranjeros no pueden ser más llamativas. Empezamos la década con 52 millones, con un gasto total, incluido el viaje, ligeramente por debajo de los 50.000 millones de euros, de ellos 40.000 en España y un gasto medio total de 932. Y la terminamos con casi 84 millones de turistas extranjeros y 95.000 millones de gasto total, de ellos unos 70.000 en España, es decir un gasto total por turista de unos 1.130 euros, ligeramente inferior en términos reales al de hace diez años y claramente menor, si se cuenta solo lo gastado aquí. Vienen muchos más, pero cada uno de ellos gasta menos. Sube el gasto por día al reducirse la duración de la estancia y llegar más turistas de mercados desde los que el transporte aéreo cuesta más caro, pero aumentan las externalidades negativas tanto en el espacio aéreo como en el centro de algunas ciudades.

Al final de tantas vueltas, la aportación del turismo al PIB sigue siendo la misma, del orden del 11,5%. Aquí se incluye no solo el gasto de los turistas extranjeros y de los nacionales en España, que está mejorando en los últimos años, sino los consumos en todos los bares y restaurantes del país sean o no de turistas.

Lo mismo ocurre con el empleo porque la mayor parte del atribuido al turismo es en el servicio de comidas y bebidas, casi un millón y medio, de los cuales pocos dependen del turismo extranjero.

No estamos muy lejos de donde empezamos.

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Turistas en Madrid | Foto: Comunidad de Madrid

Tampoco ha cambiado mucho la estacionalidad -algo ha mejorado gracias a las compañías de bajo coste- o el país de origen de los clientes. Lo único remarcable es la emergencia de Madrid como importante destino turístico y el incremento de llegadas desde Estados Unidos, mientras que lo de China va más lento de lo que algunos esperaban.

Pero esos pocos cambios son los responsables del mayor fenómeno de la década y no solo en España: el exceso de turismo en ciertos destinos y de una de sus consecuencias, la llamada turismofobia.

Los turistas, especialmente los que viajan por primera vez, y cada vez son más, quieren ver los sitios icónicos para sus selfies y subidas a Instagram. Los bajos precios de los billetes aéreos y del alojamiento les permiten hacerlo y parte de la población local cree que esto afecta negativamente a su forma de vida. A eso lo llaman turismofobia, pero es tancredismo. Quieren que todo cambie -que no vengan tantos turistas- para que todo siga igual que antes, mientras que otros sectores que se benefician de la situación también son tancredistas, pero de D. Tancredo y se resisten a cualquier actuación que pueda cambiar la tendencia, especialmente a la implantación de tasas turísticas, el único instrumento en manos de los poderes públicos que podría tener algún efecto sobre la situación, dado que no se pueden controlar los flujos por la vía legislativa.

Al terminar la década, España es, al igual que al principio, líder en la Unión Europea en turismo receptivo por ingresos y pernoctaciones y su posicionamiento no ha variado: destino preferido de gran parte de los europeos por climatología, cercanía y  eficacia del sistema. Las ventajas relativas siguen siendo las mismas. Ningún otro sector de la economía española se encuentra en una posición tan favorable.