Los destinos turísticos llevan años batallando por buscar ese valor añadido que se llama diferenciación. Diferenciación, entendida como especialización, targeting, personalización. Diferenciación como creación de una identidad o un producto nuevo, divertido, a veces sofisticado, atractivo en actividades y precios.

Recientemente, Turismo de Navarra puso en marcha un experimento para la promoción de un producto turístico de salud, en el que he tenido la suerte de participar. Y lo hizo orientándolo a un target muy específico, el ruso, con un poder adquisitivo muy alto, apoyándose en el prestigio de la Clínica Universitaria de Navarra. Esto, unido a la rica gastronomía, variedad paisajística y valor monumental de la comunidad foral, parece un producto con suficiente atractivo como para llegar al target. No queda nada más que adecuarla a sus necesidades. Son rusos, pues les gustará que les hablen en su idioma, rodearlos de lujo y que les traten como a reyes. Parece, entonces, que el producto está ya definido. Salud, gastronomía, naturaleza y monumentos del destino, lujo y personalización para el target. Está claro, ¿no?

Pero, como casi siempre, quien viene de fuera es quien mejor valora algunas cosas que los nativos y residentes pasamos por alto. Como navarro de pura cepa, poseedor de mis ocho (doce) apellidos vascos (o navarros), he tenido que salir a vivir fuera para apreciar los indudables atractivos de mi tierra. Del mismo modo, recuerdo que, en su día, quedé fascinado por las islas paradisíacas donde resido actualmente,y los canarios no hallaban mayor explicación para ello. Ellos no entenderán del todo las razones que me han traído aquí, del mismo modo que yo nunca valoraré las razones por las que ellos se fascinan por las tierras del norte. Cuántos destinos nos han cautivado y hemos pensado eso de: ¡Yo quiero vivir aquí! Ansiamos lo que no tenemos, es lo propio de la naturaleza humana y lo desconocido, nos atrae. 

Turismo de Navarra se ha esforzado por crear un producto atractivo y cuidar con sumo mimo a aquellos que han visitado sus lares en esta experiencia. Y tratándose de rusos ricos, lo dotaron de todo tipo de comodidades y lujos estandarizados. Navarra tiene oferta gastronómica y alojativa suficiente para ellos, y ese fue el principal empeño. Pero ni es el lujo ni las atenciones lo que han cautivado a nuestros ilustres visitantes. Sino el paseo por los pueblos y caseríos del Baztán, la comida en una fonda junto al Bidasoa, la visita al Balneario de Elgorriaga, los pinchos por la Estafeta, las murallas de la bella ciudad de Pamplona, los imponentes montes pirenaicos y el rico legado patrimonial del antiguo Reyno de Navarra. 

Noles ha cautivado el lujo, ni la alta cocina, ni el trato personalizado. Esto viene en el paquete, y digamos que se da por hecho. Ese no es un valor diferencial. Lujo y calidad fabricada hay en todos los lados. Lo que han valorado ha sido lo auténtico. El sentir cómo confluyen la vida, las costumbres, la historia y la naturaleza en el día a día de las personas. Esa naturalidad de lo auténtico, con lo que el navarro convive, bien sea en la ciudad, o en el campo, rodeado de vacas, de vides o troncos. Y viene uno a pensar que, en lugar de dar tantas vueltas y crear paraísos artificiales, buscando lujo, mar, aventura o sol, poner en valor lo genuino, no está mal. Al menos para quien tiene curiosidad, y tiene más aspiraciones que las de tumbarse en la hamaca al sol e hidratar el hígado con cerveza.