La masiva llegada de turistas a las distintas ciudades españolas está llevando a los ayuntamientos a buscar nuevas formas de rentabilizar las visitas. No basta solo con las tasas turísticas, sino que están optando por la imposición de pagos por visitar parques públicos que se han convertido en importantes reclamos turísticos. Imitando a los parques naturales a lo largo de la geografía española que cobran por servicios como el aparcamiento o la guía, muchos parques urbanos están privatizando el acceso a algunas de sus áreas.  

Barcelona, entradas contra la masificación


Este es el caso del Park Güell, donde entrar es cada vez más difícil para los barceloneses. Y es que el icónico parque diseñado por Antonio Gaudí se ha convertido en un coto privado, al menos así ocurre con la conocida como zona monumental donde se localizan el famoso banco ondulado, el Trencadis o la salamandra. Las entradas a esta sección, que cuenta con sus propios agentes de seguridad privada, tienen desde octubre de 2013 un coste de 7 u 8 euros, dependiendo de si se adquiere con anticipación o si se compra en taquilla.

Pese a que los visitantes residentes están exentos de dicho pago, previa solicitud de un carnet, sí que deben acatar las nuevas normas, entre las que se incluye la prohibición de comer bocadillos en el interior o el límite establecido para visitar la zona de 400 personas por hora.

Pero el Park Güell no está solo, ya que la misma situación se produce en el Parque del Laberint d'Horta, a las afueras de la Ciudad Condal, en el que los visitantes deben abonar una entrada general de 2,23 € para poder contemplar el jardín más antiguo de la urbe.

Pagar por los museos


En muchas ocasiones no se exige un pago por el acceso al parque en sí, sino por la entrada a los museos que estos albergan. Un ejemplo de ello es el del Museo Néstor, en el interior del jardín del Parque Doramas, en la isla de Gran Canaria, por cuyos tickets se abonan 2 €. Aunque en estos casos el parque mantiene su carácter público.  Algo similar ocurre con Central Park, en Nueva York, donde los visitantes pueden moverse libremente, pero deben pagar 12 dólares por persona por disfrutar del emblemático zoológico.

Desde la mayoría de administraciones públicas justifican la imposición de este tipo de cobros para su posterior reinversión en la conservación y para limitar el impacto que las numerosas visitas de turistas tienen sobre los parques y los conjuntos arquitectónicos a los que dan cabida. Mientras que los detractores destacan que con estas medidas se priva a los vecinos de disfrutar de bienes de titularidad pública. 

¿Aceptarían los madrileños pagar por visitar el Parque del Retiro? ¿Cobrará el Ayuntamiento de Sevilla a cada extranjero que busque inmortalizar la Plaza de España? Está por ver si finalmente se convierte en una práctica generalizada o, por el contrario, se mantiene como una medida limitada, aunque no deja de ser paradójico que los parques públicos sean recintos privados.