Si vuelas a Venecia en esta época del año procura llegar por la tarde  y coger en el aeropuerto “el vaporetto” de la línea 1, una especia de autobús acuático, que circula por el Gran Canal hasta pasada la Plaza de San Marcos.

Si, además, a la luz mortecina del anochecer se une la más que probable niebla, observaras uno de los espectáculos más emocionantes que te puedas imaginar. Se trata de los palacios e Iglesias venecianos apareciendo entre la bruma y que forman una inmensidad continua de escenas que nos recuerdan a Turner, pero que lo superan en intensidad. Y eso es solo el comienzo de nuestro viaje.

Este año, desde el 11 de febrero (aunque oficialmente sea desde el 18) hasta el 28 del mismo mes se celebra el Carnaval de Venecia, el más antiguo del mundo. Un carnaval único que no tiene ningún parecido a los carnavales de los lugares cálidos como Brasil, Tenerife o Cádiz. Ni bailes en la calle, ni desfiles con escasa vestimenta. El clima de la ciudad no lo permitiría porque en esta época del año puede nevar, e inevitablemente al termómetro le cuesta ponerse en positivo.

Pero  la baja temperatura no impide que haya espectáculo en la calle. Los venecianos se embuten en sus maravillosos trajes de época  de los siglos XVII y XVIII  y se ocultan las caras con las deliciosas máscaras, casi todas “made in China”. Y ataviados de esa manera se dedican a pasear lenta y pomposamente por la ciudad, para deleite de los turistas, que a lo más que llegan es a comprarse una máscara que llevan en la mano y a veces en la cara. Los pocos desfiles públicos se llevan a cabo en la basílica de San Marcos, formando un inaudito espectáculo que deleita al numeroso público. En la misma plaza tienen lugar otras actuaciones como “la Fiesta de las Marías”  o “el Vuelo del Angel”.

Pero es en las entrañas de la ciudad donde se celebran las fiestas de verdad, las que nos llevan a los tiempos de esplendor. Y ellas conviven con las fiestas privadas de los palacios, que en general han sido alquilados para ofrecer cenas y bailes de pago en los que la entrada no suele bajar de los 500 euros.

El Carnaval se celebra desde finales del Siglo XIII, aunque algunos le conceden un siglo más, para dar a la nobleza local una oportunidad de mezclarse con el pueblo ocultando el rostro. Y como resultado inevitable de la fiesta fueron los nacimientos de hijos conocidos popularmente como “mitad puros, mitad impuros”. El máximo esplendor del carnaval tiene lugar en el Siglo XVII y en XVIII, muy bien narrado por Giacomo Casanova en ‘Histoire de ma vie’, que refleja que la mayor parte de las conquistas del “pillo” Giacomo son de pago.

Posteriormente, cuando Napoleón, en 1797, prohíbe el espectáculo, Venecia arrastraba una larga decadencia provocada por el menor tráfico en la ruta de la seda. Una ruta que aportaba mucho dinero a la “Sereníssima” y que más tarde fue sustituida por “el Galeón de Manila”, nombre con el que se conocían las naves españolas que cruzaban el océano Pacífico, y que traían bienes asiáticos a Europa a través de México.

La recuperación de Carnaval se inicia lentamente a lo largo del Siglo XX y se hace oficial en 1979. Por supuesto el Carnaval que vemos hoy  tiene poco que ver con el original. En sus inicios, los únicos turistas eran nobles de las ciudades vecinas que buscaban superar su aburrimiento provinciano con un poco de anónima golfería; mientras que hoy día lo que haya que hacer se hace a cara descubierta.

Los turistas volverán a casa con una máscara de recuerdo, pero si has tenido suerte tus recuerdos inmateriales pueden ser mucho más valiosos.